Alabado sea
Jesucristo…
Al hablar de Cuaresma muchos se acuerdan del ayuno y la
abstinencia. Creen que, por reducir un poco los alimentos del Miércoles de
Ceniza y el Viernes Santo, y porque los viernes en lugar de comer carne toman
pescado, ya son penitentes. La verdad es que hacer eso no cuesta gran cosa;
pero, ¿qué tal el ayuno y la abstinencia de los malos pensamientos, el ayuno de
las malas palabras y las malas acciones? Eso ya es otra cosa, que cuesta
inmensamente más. Y se trata de seguir esta rigurosa dieta más que la de los
alimentos.
Cuántas malas ideas circulan con semáforo verde por la
vía pública de nuestro cerebro, como son: las etiquetas que les ponemos a los
demás, la pornografía, las intenciones malévolas, esos resentimientos
largamente alimentados, etc.
Un buen porcentaje de nuestra mercancía verbal es de muy
mala calidad. Las murmuraciones, las críticas son un manjar envenenado con el
que se alimentan muchas personas. El que no critica a su prójimo es una
maravilla del universo; y estas maravillas se dan muy poco. Lo normal es
criticar, murmurar, comerse al prójimo. Se critica todo y a todos con
desvergüenza.
Podemos intentar también el ayuno de palabras sonoras,
chistes de doble sentido, etc. Hay mucho de que ayunar, por ejemplo, de las
malas acciones. Ayuna de verdad el que deja de cometer maldades. Ayunar de las
bebidas alcohólicas; ayunar del robo, las injusticias, fraudes, peleas,
adulterios, infidelidades; ayunar de películas pornográficas, de envidias,
malos deseos contra los demás y tantas cosas más.
Si, durante este ayuno y abstinencia del mal, se toma una
dieta abundante de caridad con el prójimo, de sacramentos, de renovación
espiritual, de buenas obras, entonces tendrá sentido la Cuaresma. De lo
contrario, será una comedia aquello de correr a la Iglesia a que me pongan
ceniza.
¿En qué va a consistir mi ayuno y abstinencia durante
esta Cuaresma?
Mariano de Blas
¡Buenos días!
Alegría de compartir
Existe un secreto
gozo del corazón en poder alegrar a otros a pesar de nuestra propia situación.
La aflicción compartida disminuye la tristeza, pero cuando la alegría es
compartida, se duplica. Si deseas sentirte feliz y realizado, basta compartir
tus bendiciones, especialmente ésas que no se pueden comprar con dinero.
Si dices: cada uno a lo suyo, (mi familia,
mis estudios, mi porvenir, mi bienestar, etc.), no me ocupo de los demás, y
perseveras en esa actitud, no te realizarás jamás, y quedarás gravemente
menoscabado y atrofiado. La grandeza de un hombre se mide por su capacidad de
comunión con sus semejantes. Si quieres sentirte hermano de todos los hombres,
debes aceptar ser hijo de Dios, vivir y recibir la vida de él; y cuanto más
hijo seas, más hermano serás. (Michel Quoist).
Antes de buscar
el beneficio personal, pregúntate, ¿qué puedo compartir hoy? En lugar de querer
poseer empezarás a donar, guiado por el deseo de ayudar a satisfacer las
necesidades de los otros. Cada uno tiene algo para compartir. Dinero, talento,
tiempo o una simple oración. La generosidad nos pone en sintonía con nuestra
semejanza divina. Ánimo, inténtalo.
Padre Natalio