Alabado sea Jesucristo…
En
el Evangelio de ayer (Mc 12,28b-34), Jesús nos hablaba del amor
señalando que el primero y más grande de los mandamientos es “amar al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente y con todas tus fuerzas” y el segundo “amarás a tu prójimo como a
ti mismo”.
Y
en el Evangelio de hoy, nos ilustra sobre la humildad a través de la
parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar (Lc
18,9-14) y la forma en que cada uno de ellos se presentó en la oración y
las consecuencias de sus diferentes actitudes: uno regresó a su casa
justificado y el otro no.
Dos enormes enseñanzas que debemos extraer de la Palabra en estos dos días reflexivos de Cuaresma:
- El amor como
premisa fundamental que debe mover nuestras vidas; ante todo amor a
Dios, nuestro Padre y Creador, y luego amor a los hermanos (al prójimo),
cosa que a veces nos resulta difícil de cumplir cuando ante ciertas
presencias que no nos son agradables nos olvidamos de ver el rostro de
Jesús en ellos, que es la manera más eficaz de poder acercarnos aun a
los que no nos quieren o nos rechazan.
- La humildad,
que ten hermosamente encarna hoy en el mundo el Papa Francisco, virtud
que consiste en abajarse, en hacerse pequeño, en ser servidor de los
demás, en saber reconocer nuestras miserias y pecados aunque algunos nos
crean buenos y justos. Bien lo dice Jesús: “todo el que se ensalce
será humillado; y el que se humille será ensalzado”.
Reflexionemos,
entonces, sobre estas catequesis magistrales de Jesús para centrar
nuestra vida y nuestras actitudes en el camino correcto y no dejarnos
vencer por egoísmos o tentaciones. Que el Espíritu de Dios nos ilumine
en esta bendita Cuaresma para ser un poquito mejores cada día.
¡Buenos días!
El vendedor anciano
Cuántas
veces nos equivocamos al juzgar a los demás. No conocemos la realidad
de las personas, con todas las circunstancias de su vida; y sin embargo
las condenamos en nuestro interior porque quizás a primera vista nos
han caído mal por un detalle sin importancia. Por prudencia no te dejes
llevar de reacciones instintivas.
Un
anciano vendía juguetes en el mercado. Los clientes, sabiendo que
tenía la vista muy débil, a veces le pagaban con monedas falsas. El
anciano lo advertía, pero no decía nada. Pedía a Dios que perdonara a
los que lo engañaban. —Tal vez tengan poco dinero, y quieren comprar
regalos a sus hijos –se decía. Pasó el tiempo y el hombre murió. Ante
las puertas del paraíso, oró así: —¡Señor! Soy un pecador. Cometí
errores, no soy mejor que las monedas falsas que recibí. ¡Perdóname!
Entonces se abrieron las puertas y se oyó una voz: —¿Cómo puedo juzgar a
quien en su vida, jamás juzgó a los demás?
Jesús
nos dice: “No juzguen y no serán juzgados”. No es fácil, pero con la
ayuda del Señor avanzarás en esta dirección. Es más positivo elevar una
oración por los que te hieren y fastidian que rumiar faltas de atención
y agravios recibidos. Así conservarás la paz en tu corazón y harás
algo en verdad efectivo para remediar los límites del prójimo. Que el
Señor te asista.
Padre Natalio