Alabado sea Jesucristo…
La
vida es nuestro máximo valor y, a la vez, nuestro máximo problema.
Tememos perderla; nos angustia la muerte física. Pero hay otra muerte
más sutil que nos envuelve: no encontrarle sentido, dirección acertada a
la vida. ¿Para qué vivimos? ¿Vale la pena vivir la vida? Esto que
llamamos vida ¿es una oportunidad o un castigo?
El
egoísmo atrofia al hombre, que sólo en la donación generosa a los demás
encuentra su madurez y plenitud. Si te preocupas demasiado por ti
mismo, si vives para acumular dinero y comodidades, no te quedará tiempo
para los demás. Si no vives para los demás, la vida carecerá de sentido
para ti, porque la vida sin amor no vale nada.
¡Buenos días!
¿Qué ves?
“Vanidad
de vanidades y todo vanidad”. Este tema bíblico sobre la vanidad y la
inconsistencia de la belleza, del poder, de la fama, del dinero, tiene
especial actualidad en nuestra civilización que propone como supremo
ideal de la vida del hombre el bienestar, el placer, la acumulación sin
límite de los bienes materiales. Jesús nos dice: Sed ricos a los ojos de
Dios.
Cierto
día, hace muchísimos años, un comerciante rico y avaro, acudió a un
sabio sacerdote anciano en busca de orientación. Éste lo llevó ante una
ventana y le dijo: —Mira a través de este vidrio y dime: ¿qué ves?
—Gente -contestó el rico comerciante. —Mírate en este espejo. ¿Qué ves
ahora? —Me veo a mí mismo -le contestó al instante el avaro-. —He ahí,
hermano, -le dijo entonces el santo varón- en la ventana hay un vidrio y
en el espejo también. Pero ocurre que el vidrio del espejo está
cubierto con un poquito de plata, y en cuanto hay un poco de plata de
por medio, dejamos de ver a los demás y sólo nos vemos a nosotros mismos
Encerrarte
en ti mismo te dejará atrofiado y no te realizarás jamás. Una señal de
madurez es entregarte más a los demás que a ti mismo. San Pablo insiste
que seamos ricos en buenas obras, que demos con generosidad compartiendo
las riquezas. “Así —dice— adquirirán para el futuro un tesoro que les
permitirá alcanzar la verdadera Vida”, (1 Tm 6, 17-19).
Padre Natalio