El alcatraz errante no desvela jamás su derrota. Vuela oculto entre témpanos y se zambuye sin levantar un átomo de espuma. Zuppp, suena apagada su inmersión asesina. Antes ya lo hiciera Gedeón de Esmirna y en las aguas turcas no hubo descanso para ningún Claxómeno disidente. Siempre sucede con los dioses. No son de fiar. Pero no hay que desesperar. Hoy los alcatraces se agrupan en oleadas y son incansables si están teñidos del color de los sargazos donde hibernan. Se cuenta que sacaron los ojos a una legión de hititas muy cerca de Bayrakli y los amontonaron en los riscos azules de Tepekule. Dicen que, en los ortos de octubre, aún se reflejan destellos irisados sobre los nimbos antiguos. Yo no lo creo pero todo es posible. Los dioses turcos no mienten y no cuentan nada que no sea rigurosamente cierto. La supremacía del alcatraz sobre las aguas ha sido determinante en la contienda Jónica. De sus hazañas quedan rastros indelebles en los libros de Antígono y siempre sus victorias fueron precedidas por su rastro interdigital. Vaya usted a saber.