Alabado sea
Jesucristo…
Jesús nos invita a dejar nuestro peso, pero nos ofrece
otro: su yugo, con la promesa, eso sí, de que es suave y ligero. Nos quiere
enseñar que no podemos ir por el mundo sin ningún peso. Una carga u otra la
hemos de llevar. Pero que no sea nuestro fardo lleno de materialidad; que sea
su peso que no agobia.
En África, las madres y hermanas mayores llevan a los
pequeños en la espalda. Una vez, un misionero vio a una niña que llevaba a su
hermanito... Le dice: «¿No crees que es un peso demasiado grande para ti?».
Ella respondió sin pensárselo: «No es un peso, es mi hermanito y le amo».
El amor, el yugo de Jesús, no sólo no es pesado, sino que
nos libera de todo aquello que nos agobia.
¡Buenos días!
Capitaliza tus fracasos
Las dificultades
de la vida juegan, en cierta manera, a nuestro favor. El fracaso hace lucir
ante uno mismo la propia limitación, pero también nos brinda la oportunidad de
superarnos, de dar lo mejor de nosotros mismos. Es así como, en medio de un
entorno en el que no todo nos viene dado, se te
va curtiendo el carácter y adquieres fuerza y autenticidad.
Triunfar es aprender a fracasar. El éxito en
la vida viene de saber afrontar las inevitables faltas de éxito del vivir de
cada día. De esta curiosa contradicción depende en mucho el acierto en el
vivir. Cada frustración, cada descalabro, cada contrariedad, cada desilusión,
lleva consigo el germen de una infinidad de capacidades humanas desconocidas,
sobre las que los espíritus pacientes y decididos han sabido ir edificando lo
mejor de sus vidas.
Triunfadores son
aquéllos que han aprendido a superar esos constantes fracasos que van
surgiendo, se quiera o no, en la vida de todo hombre normal. Los que, por el
contrario, fracasan en la vida son aquellos que con cada pequeño fracaso, en
vez de sacar experiencia, se van hundiendo un poco más. Interioriza esta
excelente reflexión.
Enviado por el P. Natalio