EL VENDEDOR DE SUEÑOS
Nadie supo de dónde vino,
y tampoco supo nadie a dónde se fue,
tan sólo supieron que vendía sueños,
sueños de azúcar y miel.
Extraños eran sus precios,
pues extraña era su mercancía,
pero, después de todo eran sueños,
y nadie tal oferta desdeñaría.
La risa de un niño era suficiente
y las lágrimas de un adulto aceptaba,
el suspiro de una adolescente
y cheques de alegría también canjeaba.
Pero hubo un sueño especial
del cual nadie al precio llegó,
pues como pago ni risas, ni lágrimas,
ni suspiros o alegría él aceptó.
Al final, casualmente me enteré,
del pago que el vendedor pedía
para a alguien entregar
tan preciosa mercancía.
Deseaba el vendedor
amor sincero de mujer,
pues a ningún otro precio
ese sueño quería vender.
Ahora, siento pena por el vendedor,
pues por mucho que lo intente,
presiento que ese sueño de amor
estará la venta eternamente.
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