Bajabas lentamente por la plaza, del brazo de tu amiga acompañada, la pena en tu rostro florecía…acompañada de lágrimas, sobre tu pelo un negro velo, yo… de lejos te vigilaba, y tu dolor fue un cuchillo que se clavó en mi alma.
El cielo estaba plomizo, las nubes amenazaban una lluvia inminente, al igual que de tus ojos lágrimas manaban de repente. Había muerto tu padre, y el dolor lo reflejabas.
La plaza llena de gente, yo tras ellos me ocultaba, divisando tu figura… que de negro paseaba. Las campanas sonaban a muerte, mientras… el viento soplaba, yo me acerque a darte el pésame, que de tu dolor me llegaba.
Me miraste a los ojos fijamente… mostrándome tu cara, ¡la pena que sentías se me clavó en el alma!. Acerque mi boca a tu rostro, ¡olor a rosas me llegaba!, y mis labios degustó… el salado sentir de tus lagrimas.
Lo siento mucho te dije, voz temblorosa la mía y tu me asentías con un gesto y los ojos perdidos en tu agonía. Tu boca…no pudo pronunciar palabra alguna, solo tu mirada se clavo en la mía, y en el silencio comprendimos, que la pena era compartida.
Tu vestido era tan oscuro como tus ojos de luceros, apresando las lágrimas que caían… como si fueran del cielo. ¡Hay pena penita!, ¡hay pena y desasosiego!... quererte tanto mi niña, quererte como te quiero, y no poder ni abrazarte… delante de todos, en la plaza del pueblo.