Mientras, corriendo solo en la oscuridad del bosque, las blancas nubes que se desprendían de su aliento, era lo único que perturbaba la quietud de la noche.
Las calidas pisadas sobre las hojas caídas llenaban sus oídos con un suave golpeteo.
Concentrado en la carrera, solo podía pensar en seguir adelante, seguir corriendo, mas lejos, mas cerca.
Después de años de soledad, se produjo un estimulo que, a pesar de lo tenue que fue, consiguió despertar algo en él que hacía años creía muerto.
Aquella noche, mientras dormía, soñaba con una sensación de desesperación y anhelo a la que ya estaba acostumbrado. Una extraña añoranza de algo desconocido que le removía por las noches y lo dejaba despierto y desorientado durante un rato.
Sin embargo lo despertó algo diferente. Un olor. Tan desconocido como familiar. Un aroma que lo embriago de locura y necesidad y que lo levanto de su sueño para ponerlo a correr.
Él, el gran lobo, el dueño de aquel bosque, solitario y orgulloso, había perdido los papeles en el momento en que se dejo llevar por aquella minúscula traza de olor que llego a su hocico.
Para cuando llego a la fuente del aroma, la luna había cambiado y se erguía en su magnifica plenitud llenando el bosque de su plateada luz.
Un aullido a lo lejos hizo que se le erizasen todos los pelos del cuerpo, una hembra sola en busca de pareja, una compañera para su largo viaje a ningún lado.
Saco las pocas fuerzas que le quedaban para lanzarse a una carrera desenfrenada hasta el foco de su locura.
Cuando se encontraron, no hizo falta nada mas, el instinto mas primitivo se elevo sobre el resto de pensamientos que cruzaron su mente en el preciso momento de la unión.
Tan violenta, desenfrenada y desgarradora que el bosque entero quedo en silencio como un mudo testigo del encuentro entre los salvajes amantes.
Desde entonces los lobos calmaron su soledad con su mutua presencia, compañeros en la noche…amantes bajo la luna.