Dejaré que el mar arrastre mi corriente y me conduzca sin más a la deriva, soy agua de río dulce y del poniente, del horizonte azul, que a la noche esquiva.
Seré gaviota buscando una escollera, luz y retoño remontados en calma, rumor de invierno venido a primavera, para extirpar el dolor, que escondo en mi alma.
Fuego centellante en mi interior habita, de desbocados destellos fulgurantes, que por amarte mi corazón palpita, y de rincòn en rincón, vibra como antes.
Sabes que yo puedo amarte de mil formas, porque tú siembras amor en mis regazos, porque a la hiel en mieles la transformas, cuando me haces fallecer entre tus brazos.
Mi amor, mi incondicional sueño adorado, luz de mi alma sedienta, que en paz te espera, simiente de vida y otoño olvidado, Mi amada inmortal, mi vida te venera.
La soledad, la distancia, la incomunicación, me las enseñaste tú. Fui aprendiendo a tomar la forma de tu silencio, como el agua la toma del vaso que la contiene.
Fui acomodando mis palabras al molde de tu lenguaje, con monosílabos cortantes e indiferentes, frases secas, insustanciales.
Aprendí a caminar sobre tus pasos solitarios. Y a acostarme todas las noches con vacíos, pero sin quejas. Todo en silencio, alma adentro.
Aprendí a que mis inquietudes no te rozaran ni te despertaran.
Aprendí a dormir sobre la vida, en vez de velar por ella.
Aprendí que la soledad, estando juntos, es como un precipicio que nos paraliza, quizá por el temor de acabar de hundirnos en ella.
Aprendí a hacer de la soledad defensa, envoltura imprenetrable para las emociones.
Aprendí contigo a meterme en el caparazón de la soledad, como en una trinchera amurallada.
Aprendí a quedarme quieta y dejar pasar todo vestigio de comprensión, todo rumor de nuevas alas sobre el cielo del amor.
Aprendí a ser una torre cerrada cobijando resentimientos.
Aprendí a usar una máscara de piedra detrás de la cual se esconden mis palabras, secretas, silenciosas.
Esta insensibilidad la aprendí de ti. Porque cuando llegué a tu vida era una campana repicando, un corazón desbordado, un río que cantaba colándose por todas partes.
Yo que traía la voz de la felicidad, he aprendido a enmudecer a tu lado. ¡Tú me enseñaste!
Mi amor, mi incondicional sueño adorado, luz de mi alma sedienta, que en paz te espera, simiente de vida y otoño olvidado, Mi amada inmortal, mi vida te venera