Te necesito
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Carlos llegó por fin a su casa. Las llaves se le cayeron en un charco de lodo, no pudo agacharse a recogerlas por lo que con dedos temblorosos, tocó el timbre. La dulce voz de su esposa se escuchó por el interfón; Carlos trató de contestar la típica pregunta de ¿Quién? Sólo pudo escupir sangre. Al fin Graciela abrió. Por un momento vaciló en abrazar al hombre en la puerta quien parecía un vagabundo; dudó para después abrazarlo y ayudarle a entrar apoyado en su hombro. Carlos cojeaba. Al llegar a la sala le ayudó a recostarse en un sillón; la habitación estaba arriba y en esas condiciones no podría subir los escalones. Inmediatamente llamó al médico y limpió cada una de sus heridas con amor mientras le preguntaba en voz baja como si no quisiera que la escuchara: ¿Qué te sucedió? ¿Quién te golpeó? ¿Reconociste a alguno?
Carlos negaba con la cabeza y la miraba a los ojos. Veía borroso. La escena era conmovedora: la esposa compasiva y abnegada curando a su marido con devoción y ternura. Tan sólo recordar que pensaba separarse de ella una semana antes… ¡Que gran error hubiera sido!
Al fin llegó el doctor. Lo revisó y de inmediato pidió traslado al hospital. En su casa no podrían curar el brazo fracturado, coser las heridas y el esguince de cuello. Graciela se ofreció a pagar todos los gastos y a quedarse con Carlos en la noche. Se acomodó en un sillón viejo y roído junto a la cama del paciente. No se quejó del frío; durmió como perro fiel a sus pies. De vez en cuando se levantaba de su incómodo lecho para checar que su marido se encontrara bien. A Carlos más que las heridas, le dolía haber tratado así a su mujer, haberla maltratado como lo había hecho le avergonzaba. Justo aquel día en la mañana le gritó que ya no la necesitaba más. Se dio cuenta de que la necesitaba a su lado más de lo imaginado. Se prometió a si mismo jamás volverlo a hacer, incluso le pasó por la cabeza la idea de que se merecía la golpiza. Todo sucedió muy rápido. Unos tipos lo interceptaron fuera de su trabajo, lo obligaron a subirse a una camioneta negra y ahí lo patearon; le pegaron con bats, le dieron puñetazos hasta que la cara de su víctima pareció una mole de carne con sangre. Después lo dejaron tirado cerca de su casa. Carlos quiso parar un taxi, pero ninguno se detuvo. Él no los culpaba, después de todo por la facha que traía ni siquiera él se hubiese detenido. Mientras casi se arrastraba por las calles llegó a la conclusión de que era víctima de una venganza. Tal vez su amante o alguno de sus clientes…
Pasaron los días y Carlos regresó a su casa acompañado de su fiel esposa. Se quedó profundamente dormido. Graciela se acercó para besarlo y se percató que incluso roncaba. Lo arropó bien y justo cuando iba a recostarse a su lado, oyó el timbre de la puerta. Descalza, sacó una bolsa que mantenía escondida en un cajón y bajó con ella tratando de no hacer ruido. Abrió. Un tipo gigantesco y gordo la saludó. Quería pasar.
- ¡No!-gritó ella - Toma el dinero y vete
Le aventó la bolsa y cerró la puerta. Suspiró. Todo estaría bien ahora. Cuando volteó para subir las escaleras, sorprendió a Carlos observándola con lágrimas en los ojos y un bat en la mano derecha. La miró con un odio que ella jamás había visto.
- ¡Perdóname Carlos!- Se tiró a sus pies - ¡Es que necesitaba que me necesitaras tanto!
Sandra Becerril Robledo
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