22 06 2009
Junto al dolor infinito, habita la desesperación de saberte pérdida.
Desde el comienzo supe que aquello sólo acababa de empezar y que sería largo el camino…
Fui feliz cuando llovió sobre las heridas de la tierra, cuando los campos de trigo peinaron el viento, cuando los soles de agosto doraron la piel, cuando las olas rompieron en mar abierto…
Hoy supe que todo había terminado, cada vez sentía menos, hasta no sentir nada, sólo una desconocida a mi lado, la rutina…
Bajo la sombra de los tulipanes se escondían los días. El sudor resbalaba en la frente, los surcos de la tierra y de la piel cada vez se parecían más.
El hierro hendido daba forma a los campos. Los almendros en flor anticipaban las lluvias de abril, el aire se llenaba de aromas de vida, el trino de los pájaros inundaba los oídos, el sol calentaba la piel cuando el frío aún se sentía.
Me imaginaba el sonido de la tristeza como el llanto de un niño, como el sonido de un árbol cayendo abatido en el bosque, como la voz de un anciano hablándole a su soledad, como el estallido de una bomba en cualquier lugar…
¿Y si hubiera estado equivocado? Qué hubiese ocurrido si me hubiese dado cuenta de que confundí el camino apenas comenzar, que empeñé mi esfuerzo en un objetivo errado, que confundí mi voluntad, que di la espalda a las oportunidades de cambiar, que jamás me planteé la importancia de lo que rechazaba…
El camino de los sentimientos nunca fue recto y a cada curva surgía un cruce, las opciones iban dejando atrás amigos y amores imposibles con los que, a veces, más adelante me volvía a encontrar.
La felicidad se alimentaba de instantes, de gotas de rocío, de aire fresco, de risas…
No hubo forma de saber qué pasó. Un día al despertar había desaparecido por completo. La busque en las miradas, en los gestos… la busqué en las palabras; la busqué sin descanso, pero no hubo forma de saber dónde se había marchado la felicidad
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