MI OLOR A TI
Toda mi ropa huele a cuando estabas. Sería al abrazarte -no lo entiendo- o que estuviste cerca y se quedó prendido. Si arrimo mi nariz al hombro o a la manga, te respiro. Al ponerme la chaqueta, en la solapa, y en el cuello de un jersey que no abriga. Aroma de placer, de feromonas, de recostarme en ti mientras dormías. Por mucho que la lave, mi ropa lo conserva: es un perfume dulce que me alivia como vestir mi carne con tu piel. Y está durando más que mi recuerdo. Tu rostro en mi memoria se disipa, casi puedo decir que he olvidado tu cuerpo y sigo respirándote en las prendas que, al tiempo que me visten, te desnudan. Pero la ropa es mía. De tanto olerte en mí, tu olor es mío
Tu olor era mi olor desde el principio, fue siempre de mi cuerpo, no del tuyo, de un cuerpo que lo tengo a todas horas para quererlo entero como jamás te quise y olerlo de los pies a la cabeza. Es el olor de todas mis edades, del niño absorto y puro, del claro adolescente eléctrico y espeso, de un joven con insomnio que soñaba fantasmas del amor, y es también el olor que al transpirar mis sueños dejaron en las sábanas.
Quién sabe tú a qué aspiras sin este efluvio mío, sin mi esencial fragancia. Estando en compañía, serás siempre la ausente igual que si te fueras o no hubieras llegado. Pues no olerás a nada, no dejarás recuerdo ni podrás despertar auténtico deseo ni embalsamar las yemas de los dedos que un día te acaricien con un perfume físico y concreto. Serás para el olfato de los otros como un espejo para los vampiros. Y yo atesoraré con más fe que codicia este perfume dulce de mi cuerpo que descubrí contigo. Si quieres existir, respíralo de nuevo.
LEOPOLDO ALAS
(España, La posesión del miedo 1996)
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