Los terrores nocturnos
Si alguna vez te has quedado petrificado y con la sensación de no poder moverte en la cama, si tuviste temor de abrir los ojos porque había “algo esperándote” o acechándote, entonces, sufriste un terror nocturno. Las sensaciones más frecuentes en estos casos son la angustia, el miedo y el ahogo.
Si bien es verdad que los terrores nocturnos suelen afectar más a los niños pequeños, también pueden sufrirlo los adultos, en cualquier edad o etapa de su vida. Se trata de un trastorno del sueño primario relativamente común, se presenta por episodios y estos pueden ser tanto ocasionales como recurrentes.
Los terrores nocturnos también se caracterizan por aparecer como un sueño repetido (se tiene varias veces el mismo) y trae como consecuencia un fuerte estado de desesperación, despertares bruscos, taquicardia, agitación nerviosa, sudoración, etc. Cuando pasa este episodio, la persona tiene serios problemas para tranquilizarse en seguida y volver a la normalidad. Mucho más le cuesta volverse a dormir. Otro de los aspectos que vale la pena indicar al respecto de los terrores nocturnos es que las personas que los sufren no suelen recordar los detalles del sueño o la pesadilla que los han aterrorizado, o bien tienen imágenes borrosas y poco nítidas al respecto.
Además de causar malestar en ese momento, los terrores nocturnos (que no están causados ni por la ingesta de drogas o alcohol ni una enfermedad) pueden acarrear trastornos físicos, deterioro en lo social, afectivo y hasta laboral. La persona no podrá concentrarse, tendrá sueño “acumulado”, le dolerá la cabeza, estará irritable, con mal humor, etc.
También se sabe que los terrores nocturnos pueden combinarse con episodios de sonambulismo. Esto es más frecuente entre los 4 y los 12 años y suelen ir desapareciendo en la etapa de la adolescencia. Los terrores nocturnos se producen en la fase de no REM o en los niveles 3 y 4 del sueño, es decir, momentos anteriores al sueño profundo o al REM. Esto quiere decir que se producen entre los primeros quince minutos y la hora después de acostarnos a dormir y pueden durar desde pocos segundos hasta algunos minutos.
Cuando tenemos un episodio de terror nocturno, los síntomas son: llantos, gritos, dar patadas en la cama, sudar excesivamente, sentarse en la cama sin darse cuenta, mirar con los ojos abiertos y desencajados, no despertarse aunque lo intente (o quieran los demás), sonambulismo y andar por la casa, tener comportamiento violento (en los adultos) y ser difícil de controlar.
Existe una diferencia entre los terrores nocturnos y las pesadillas. Estas últimas, también conocidas como “sueños no deseados” es donde se manifiestan los miedos y las angustias durante cualquiera de las fases del sueño. Los primeros, en cambio, ocurren antes de caer en la etapa de sueño pesado, como se indicó anteriormente. Además, cuando alguien tiene una pesadilla, al despertar puede recordar una mayor cantidad de detalles. En el momento de sufrir un episodio de terror nocturno, es muy difícil que al despertar la persona recuerde lo que provocó los síntomas.
Los factores que pueden determinar que una persona sufra de terrores nocturnos son: la fatiga, la falta de sueño, el estrés, la fiebre (en los niños), dormir en un lugar desconocido, las luces, el ruido, haber visto una película de terror o una noticia violenta antes de ir a la cama.
Como se mencionó antes, estos terrores de la noche se ven asociados con otras condiciones. En la suma, afectan la calidad del sueño. Pueden aparecer migrañas, traumatismos o lesiones en la cabeza y trastornos respiratorios como la apnea. Se afirma también que el consumo de alcohol, drogas o medicamentos (antihistamínicos o sedantes), pueden predisponer a sufrir terrores nocturnos, así como ciertos factores hereditarios.
Es preciso asistir a un médico cuando los episodios se repiten con cierta asiduidad y van aumentado en su intensidad, cuando la persona llega a tener miedo a dormir, si se sigue un mismo patrón de conducta o si tiene un comportamiento riesgoso para su salud o la de su familia.
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