Es extremadamente fácil cuando vemos
con el corazón.
Sentimos la verdad más de lo que podemos pensar sobre ella.
La experimentamos mejor de lo que la comprendemos.
Así es como nos damos cuenta.
Nunca dudes si tu corazón te indica
que “algo anda mal”. El corazón no sabe mentir, el cerebro sí.
El amor es tan transparente, que cualquiera puede ver
a través de él y encontrar la mentira
que puede surgir para mantener un romance.
Cuando uno descubre la verdad y se da cuenta
de que ha sido traicionado, duele, mucho.
Y es lógico, ya que típicamente quien traiciona
suele vivir en la mentira y el miedo, mientras
que el traicionado lo hace en la verdad y en el amor.
Esa polaridad resquebraja a ambas partes
por no lograr compatibilidad, y es lógico.
Se dice “que la verdad duele”,
pero eso no es cierto.
Sólo duele que la ilusión que se tenía se vea desmantelada.
Solemos ver en la otra persona no lo que es (la verdad)
sino lo que creíamos que era.
Con una nueva conciencia, he llegado a entender que la verdad
sólo sabe curar, y los que se resisten a ella, se resisten a la curación.
La más bella contraparte de la traición
que he podido comprender, es que con el tiempo
sólo trae la verdad,
con ello nos dolerá haber perdido la “ilusión”,
pero es sublime “darnos cuenta de la verdad”
para así curarnos y poder sacar esa manzana podrida
de nuestra canasta y, de esa manera, poder continuar en paz.
Esa es la bella consecuencia de encontrarnos con la verdad:
experimentar paz, que es incompatible con la desconfianza.
Si no te gusta la verdad que descubriste,
no es problema de la verdad, sino tuyo.
Alejandro Ariza