Dame tu boca, amada,
y permite que libe
el néctar sagrado,
el fragante almíbar
que mana de ella,
la dulce ambrosía
que a mí me deleite.
Con gran complacencia
y gusto epicúreo
una y otra vez saboreo,
sin más abstinencia,
tus labios de miel.
De nácar mi piel,
requiere tus manos,
palomas torcaces,
bravías, salvajes.
Déjalas volar, amada,
que lleguen a mí
y con impudicia,
mi cuerpo hagan suyo
con suaves caricias.
Tus formas de hembra,
firmes, voluptuosas,
para ellas se abren,
húmedas, gozosas,
pétalos inmaculados
de satén rosado.
Dame tu boca, amada,
y que fluya la vida
cual río colmado,
abundante y sonoro,
sin miedo al pecado.