Los kilómetros nos separan,
Pero el amor nos unen.
Era un día triste de lluvia, los pájaros habían apagado su canto. Sólo había silencio, vacío y dolor en aquella habitación de hospital. Yo había salido de la escuela y había corrido enseguida a hacer compañía al abuelo. Él yacía en la cama, con los ojos cerrados, con puesto cansado mientras su cuerpo lo mataba por dentro. Yo le hablaba y él me escuchaba. Le contaba tantas cosas ... Aún recuerdo el día que supe que tenía leucemia. Derramé un mar de lágrimas amargas. Los médicos no le dieron esperanza de vida, decían que estaba con un estado avanzado, que tenía demasiados años. Sólo palabras y más palabras que me hirieron el alma. Yo no podía comprender que la persona que siempre me había acompañado en mi corta vida ahora me abandonaba para siempre. Cada día que pasaba lo sentía más lejos de mí. El cordón umbilical que nos unía se iba rasgando poco a poco. Y yo no podía hacer nada. El sentimiento de impotencia no me dejaba dormir en las largas noches de insomnio. Había perdido el apetito, la comida para mí era una imposición de los padres. Cuando volvía del hospital recordaba los momentos felices. Cuando todo iba bien. Contemplaba la luna y los astros infinitos y sabía que pronto el abuelo sería uno de ellos. Quería olvidar su enfermedad y quedarme en el pasado. Recordaba las partidas de ajedrez que se dejaba ganar, sus dulces palabras incluido cuando me regañaba, sus historias de relatos antiguos, los besos de buenas noches, cuando me enseñaba a pescar, cuando me ayudaba a hacer los deberes, cuando me daba consejos, cuando nos divertíamos juntos ... Por la mañana me despertaba con una amargura en la boca porque había que el pasado no volvería. Los días de ilusión sólo estaban en mi memoria. Pero el abuelo aún vivía. Su corazón aún latía aunque con más lentitud. Aunque me hablaba pero con grandes pausas. Y yo me agarraba a la esperanza de que los médicos quizás se habían equivocado. Él me esperaba cada tarde y me dedicaba una sonrisa cuando pasaba por la puerta. Entonces nuestras manos se unían hasta que llegaba una enfermera y me decía que el horario de visita ya se había terminado. Yo intentaba contarle chistes y cosas alegres. No lloraba nunca delante de él. Quiero decir que no lloraba físicamente porque el alma estaba continuamente mojada por las lágrimas. Recibía fuerzas visitas de familiares y conocidos. Pero sé que para n'ell eran más importantes las mías. Él me había criado y yo había estado siempre entre sus brazos. Los padres siempre habían trabajado y cuando salía de la escuela era el abuelo quien me esperaba en la puerta para dar un paseo. Íbamos a comprar la merienda y dar de comer a las palomas del parque. Las largas sesiones de quimioterapia le dejaban muy débil. Casi no podía hablar ni moverse pero su corazón aún seguía luchando por la vida que la enfermedad le quería tomar. A veces, cuando el dolor era tan grande que no podía soportar, me pedía que le leyera la Biblia. Le leí muchos capítulos en aquellos últimos últimos meses. Y también rezábamos juntos. Rezábamos a Dios durante varias horas. El miércoles me levanté con un mal presentimiento. Cuando fui a ver me volvió a dedicar un delicado sonrisa. Yo sabía que aquel sería el último. Le cogí la mano. Él tenía los ojos brillantes por las lágrimas que se peleaban para no salir. Me empezó a hablar ... _Xavi ... Ha llegado el momento. Dios se me lleva lejos. Tienes que ser fuerte y luchar por tus sueños. Estoy orgulloso de ti y lo seguiré estando allí donde vaya. La vida es algo maravilloso pero ahora ha llegado la hora de empezar otra. Dentro de poco me reuniré con tu abuela. Ella, aparte de ti, es la persona que más he querido. Y tú, algún día, también te reunirás con nosotros. _Avi ... No! Por favor. -las lágrimas me resbalaban mejillas abajo-. _Te estimo ... No sabes cuánto amor me llevo allá donde voy. Y con estas últimas palabras el corazón se le detuvo. Su mano dejó de apretar la mía. Enseguida vino una enfermera y nos encargamos de avisar a los otros familiares. Esa noche mientras miraba los astros, vi dos muy juntos que brillaban con mucha intensidad. Creo que eran la abuela y el abuelo que se reencontraban después de muchos años. Yo a la abuela no la conocí. Murió durante la guerra civil. Sabía que después de su muerte el abuelo se había quedado vacío y que la añoraba mucho. Siempre me contaba cosas de ella ya mí me parecía una persona excelente. El día del funeral fue muy triste. Había mucha gente en la capilla del pueblo. El abuelo era querido por toda la gente de allí. El sacerdote también estaba muy apenado porque el abuelo había sido un gran amigo suyo. La madre lloraba y el padre la intentaba consolar. Yo no derramar ninguna lágrima. No podía derramar ninguna más. El dolor cuando por dentro es más fuerte. Hicimos incinerar sus restos. Así nos lo había pedido. Al día siguiente fuimos todos a la playa. Las aguas estaban calmadas. Tiramos al mar sus restos. Las ondas se las fueron llevando mar adentro. El abuelo siempre había tenido un alma de aventurero. Siempre le había gustado navegar. Era un lobo de mar. Ahora él estaba en el cielo, el mar y en mi alma. Nos esperar para ver la puesta de sol sentados en la arena. El cielo era de un colorido espectacular. Fue la puesta más maravillosa que vi. Los padres no decían nada. Todo estaba en silencio. El sol iba ocultándose mar adentro y poco a poco comenzaron a brillar las primeras estrellas. Nos quedamos esperando hasta que aparecieran la estrella del abuelo y de la abuela. Ya han pasado dos años desde la muerte del abuelo pero él sigue viviendo dentro de mí. Aunque puedo sentir. Él siempre me guía por el buen camino. Ahora ya he empezado el instituto. Me va bastante bien y tengo muchos amigos. El padre me ha regalado un telescopio. Me dice que es para mirar el abuelo. Desde el día de su muerte me he ido interesando por la astronomía y tengo claro que estudiaré esto. Hace una semana que ha nacido mi hermanita. Es muy linda. Es tan pequeña ... Los padres están muy contentos. La madre todavía está recuperándose en el hospital de la cesárea. Pronto serán las dos en casa. El padre y yo ya hemos preparado la habitación para Ana, que es el nombre de mi hermana. Yo sé que ahora tengo una tarea muy importante. Me he de ocupar de Anna. Le tendré que enseñar muchas cosas. Y cuando me pueda entender le tendré que explicar cómo era el abuelo y todo lo que hacíamos juntos. Es curioso porque yo me llamo Xavier como el abuelo y ella Anna como la abuela. Espero que heredéssim su carácter y su valentía. El abuelo se habría alegrado mucho de su limpia. Siento mucho que no la haya conocido. En el desván de mi casa he encontrado diez diarios y dos cajas llenas de fotografías del abuelo y de la abuela. He decidido publicarlo. Los diarios son de su juventud. Hablan del triste ambiente de la guerra y también de sus viajes para el exilio. El abuelo sufrió mucho pero siempre conservó su valentía. Me gustaría poder ser algún día igual que él. Ahora, en la llegada de mi hermana, hace muchos días que pienso en el ciclo de la vida. Mi abuelo ya había vivido muchos años. Tenía el cuerpo de viejo aunque conservaba su alma de adolescente. La experiencia que tenía le hacía saber muchas cosas de casi todo. En cambio, mi hermana acaba de nacer. Conserva el aroma típico del recién nacido. Es inexperta y su vida está al principio de todo. La vida existe porque hay muerte. Las dos cosas van unidas como las dos caras de una moneda. No podemos escapar, no la podemos desafiar, no podemos hacer nada. Es una realidad que debemos aceptar aunque nos duela en lo más profundo. Cuando se murió el abuelo yo era muy joven y aún no comprendía todo esto. Ahora lo he acabado aceptando. Tarde o temprano todo ser humano debe hacerlo. Y mientras vivas tienes que buscar un sentido. Debes escoger bien todos los caminos que se te presenten. Y sobre todo debes ser feliz y saber saborearla.
HELENA SAURAS