A la orilla de
un frondoso bosque, bajo una hermosa cascada, residia el hada del amor
eterno.
Con su varita mágica le entregaba la felicidad al caminante que
se adentraba en sus dominios.
Un día se acercó a su nido de amor un
ruiseñor, que por haber perdido su cante estaba muy triste,
y no podía
ofrecer sus trinos a su amada, que estaba cubriendo su prole; él sabia
que si dejaba
de alegrarla con su canto melodioso desfallecería, y
también sus pequeñuelos que estaban por
nacer. Por lo que le suplicó al
hada del amor se apiadara de él tocándole con su varita mágica, le
devovería su trinar, ya que es sabido que si el ruiseñor deja de
enamorar a su compañera mientras
incuba ella muere de pena en su nido.
El
hada del amor se apiadó de él y le devolvió su melodioso trinar
aumentado de tonalidades
cadenciosas ya que también es sabido que el
amor hace milagros y puede mover montañas.