Miguel Hernandez
EL NIÑO DE LA NOCHE
Riéndose, burlándose con claridad del día, se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces. No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.
Quise ser... ¿Para qué?... Quise llegar gozoso al centro de la esfera de todo lo que existe. Quise llevar la risa como lo más hermoso. He muerto sonriendo serenamente triste.
Niño dos veces niño: tres veces venidero. Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre. Atrás, amor. Atrás, niño, porque no quiero salir donde la luz su gran tristeza encuentre.
Regreso al aire plástico que alentó mi inconsciencia. Vuelvo a rodar, consciente del sueño que me cubre. En una sensitiva sombra de transparencia, en un íntimo espacio rodar de octubre a octubre.
Vientre: carne central de todo lo existente. Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura. Noche final en cuya profundidad se siente la voz de las raíces y el soplo de la altura.
Bajo tu piel avanzo, y es sangre la distancia. Mi cuerpo en una densa constelación gravita. El universo agolpa su errante resonancia allí, donde la historia del hombre ha sido escrita.
Mirar, y ver en torno la soledad, el monte, el mar, por la ventana de un corazón entero que ayer se acongojaba de no ser horizonte abierto a un mundo menos mudable y pasajero.
Acumular la piedra y el niño para nada: para vivir sin alas y oscuramente un día. Pirámide de sal temible y limitada, sin fuego ni frescura. No. Vuelve, vida mía.
Mas, algo me ha empujado desesperadamente. Caigo en la madrugada del tiempo, del pasado. Me arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente vuelvo a llorar desnudo, como siempre he llorado.
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