A veces quizás me sienta ansioso. De ser así, rápidamente centro mi atención—soltando la tensión de mis hombros y respirando profunda y sosegadamente. Al dejar ir el estrés, me vinculo más profundamente con mi Fuente. Me enfoco en mi respiración y, al exhalar, afirmo serenidad y bienestar para cada parte de mi cuerpo.
La actividad energizante de Dios fluye en mí y por medio de mí. Al inhalar, abro mi corazón. Al exhalar dejo ir lo antiguo. Experimento amor, gozo y gratitud en lo profundo de mi ser. El ritmo de mi respiración me acerca más y más a mi centro de paz, y descanso. Estoy lleno de la vida del Espíritu, rodeado por Su amor eterno e ilimitado. Mi alma reposa agradecidamente en dulce silencio.
¡Alma mía, ya puedes estar tranquila, porque el Señor me ha tratado con bondad!—Salmo 116:7
Cada fiesta o evento provee una oportunidad para expresar Amor divino. Me preparo reconociendo la presencia de Dios en toda persona. Cuando llego al lugar de la reunión, el amor irradia en mí y por medio de mí según honro la divinidad en todos a mi alrededor. Soy paciente, amable, respetuoso y ameno.
La actividad de Dios en mí —el amor— fluye por todo mi ser. Esta circulación constante de energía actúa como un imán que atrae más amor a mi vida. Participo en las actividades a mi alrededor con un corazón afable y abierto. Veo lo mejor en mis familiares, amigos y compañeros de trabajo. Afirmo: El amor en mí saluda y honra el amor en ti.
Me regocijo al dar y recibir Amor divino y vivir la vida al máximo.
Todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios.—1 Juan 4:7