El orgullo es un formidable parásito emocional. En la persona orgullosa no hay alegría, satisfacción ni paz, porque siempre existe la posibilidad de que alguna otra persona sea más atractiva; tenga más dinero; más amigos; una casa más grande, o un auto más nuevo. El orgullo es pernicioso porque "bastardea" significados y fines. Embota, ignora -e incluso anula por completo- la conciencia moral. Finalmente, el orgullo desemboca en la envidia, el odio... y la guerra. "El orgullo es un cáncer espiritual: devora la posibilidad misma del amor, de la satisfacción, e incluso del sentido común". |