La sonrisa de la anciana

Si cuando caminas, miras a las personas con quien te cruzas, quizás recibas algún regalo inesperado, una sonrisa, un regalo para el alma.

Hace algún tiempo, como es habitual desde que el médico me “ordenó” que yo debía caminar un mínimo de una hora diaria, llegué en mi paseo hasta una cercana población llamada Badalona. Era domingo, llovía, no mucho pero si lo suficiente para ir calando la ropa. Vi sentada a una anciana en un escalón de una entidad bancaria. Estaba encogida, quieta, parecía que dormitaba; tenía a su lado un vaso donde recogía las limosnas de los paseantes que ese día eran escasos.

Me acerqué a ella y deposité algunos euros en el vaso. Al sonido de las monedas abrió los ojos y me miró. Vi unos ojos azules, cansados, serenos, me obsequió con una sonrisa que me conmovió, diciéndome: “Gracias joven”. ¿Joven? Y pensé ¿qué edad debe tener, si yo tengo 67? Le pregunté si había desayunado, me contestó que más tarde podría ir a comer, que a su edad con poco le bastaba. Me despedí y me fui. No pude evitar que se escapara alguna lágrima.

Días más tarde repetí el mismo recorrido. Volví a ver a la anciana. Me volvió a obsequiar con una bellísima sonrisa cuando le entregué algunas monedas. Noté que no me recordaba.

Otro día pasé por el mismo lugar, pero la anciana no estaba. Miré alrededor por si la veía en otro sitio, pero no la localicé.

En una calle perpendicular había una especie de feria, con tenderetes de venta de artesanía y productos artesanales: Pan, quesos, embutidos… Me acerqué y en el camino encontré a un mendigo, sentado en el suelo, acurrucado; era de mediana edad, tenía un gran cartel que explicaba sus problemas y necesidades. Pensé que era la típica nota que hacen muchos mendigos, pero al final decía que admitía comida.

Seguí mi camino hacia la feria, en la calle incluso había una pareja de panaderos, ella amasaba y él se encargaba de un horno de leña, la calle tenía un delicioso aroma de pan…  Hice unas cuantas fotos, compré queso y un pan. Al marchar llegué hasta el mendigo que había visto antes. Estaba acurrucado, le pregunté si quería pan y queso. Me dijo que aceptaba lo que fuese, su esposa y sus dos hijos necesitaban comer. Cuando le entregué los alimentos él no esperaba que el pan fuese tan grande y que el queso fuese entero. Fui yo quien le obsequió a él con una sonrisa, porque el hombre no lo acababa de creer. Ahora pienso que si en lugar de darle los alimentos le hubiese dado el importe, con ese dinero hubiese hecho mucho más que con el queso…  Marché contento. Estoy seguro que si lo hubiese visto la anciana me habría vuelto a sonreír.

Después de más de un año, volví a pasar por el mismo lugar y encontré de nuevo la anciana. También era domingo, esta vez lucía un sol espléndido. Me acerqué, ella dormitaba, y malvado de mí, para despertarla le fui dejando caer las monedas en el vaso, me miró, me sonrió y parecía que su mirada brillaba, como si me recordase, pero no era así...

Marché con la alegría de haber visto de nuevo la sonrisa de la anciana.

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Francesc García Conde

En Barcelona a 13 de Abril de 2013