retornando recuerdos
de voraces insomnios...
Otoño, ya llegaste
deshojando penas.
Presenciando ausencias.
Ojos sombríos,
brazos caídos.
¡Cuánto dolor infiel me besa!
La arboleda quieta, penitente...
Tiesos algarrobos,
lívidos y solos
sujetan sus vainas,
péndulos que oscilan,
temblorosos.
Pronto morirán sobre la alfombra,
amarillenta y estrujada del sendero.
Ojos grises, sin matices.
¡Cuánto color infiel me deja!
Llueve; el paisaje impotente...
Llueve en mi alma de estero,
es mi mente un jangadero
que lucha en la vertiente.
Bruma que añora su enero,
a Iris, mensajera de la suerte;
al lirio, dormido en su huero:
amarillo del amor brillante;
confianza del azul austero;
del blanco, fidelidad y esperanza
ausente.