QUIÉN SABE
Indio que asomas a la puerta de esa tu rústica mansión: ¿Para mi sed no tienes agua? ¿Para mi frío cobertor? ¿Parco maíz para mi hambre? ¿Para mi sueño, mal rincón? ¿Breve quietud para mi andanza?
-¡Quién sabe, señor!
Indio que labras con fatiga tierras que de otro dueño son: ¿Ignoras tú que deben tuyas ser por tu sangre y tu sudor? ¿Ignoras tú que audaz codicia siglos atrás te las quitó? ¿Ignoras tú que eres el amo?
-¡Quién sabe, señor!
Indio de frente taciturna y de pupilas de fulgor: ¿Qué pensamiento es el que escondes en tu enigmática expresión? ¿Qué es lo que buscas en tu vida? ¿Qué es lo que imploras a tu dios? ¿Qué es lo que sueña tu silencio?
-¡Quién sabe, señor!
¡Oh, raza antigua y misteriosa, de impenetrable corazón, que sin gozar ves la alegría y sin sufrir ves el dolor: eres augusta como el Ande, el Grande Océano y el Sol! Ese tu gesto que parece como de vil resignación, es de una sabia indiferencia y de un orgullo sin rencor...
Corre por mis venas sangre tuya, y, por tal sangre, si mi Dios me interrogase qué prefiero -cruz o laurel, espina o flor, beso que apague mis suspiros o hiel que colme mi canción-, responderíale diciendo: -¡Quién sabe, señor!
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