A mañana y a t
arde la veía en ese banco; y pura y temblorosa, el fragante capullo de una rosa blanca, recién tronchado, parecía.
Al sentarme a su lado, sonreía con su sonrisa casta y misteriosa, mientras que su mirada, luminosa, los ámbitos azules recorría.
¡Ojos no he visto como aquellos ojos! Ni he visto nunca labios como aquellos, tan dulces, tan vibrantes y tan rojos!
¡Ni perfiles más pulcros ni más bellos! ¡Ni manojos de luz... cual los manojos
de sus undívagos cabellos
A rubios !
|