Era la alegre víspera del día que la que sin igual nació en la tierra, de la cárcel mortal y humana guerra para la patria celestial salía;
y era la edad en que más viva ardía la nueva sangre que mi pecho encierra, cuando el consejo y la razón destierra la vanidad que el apetito guía,
cuando Amor me enseñó la vez primera de Lucinda en su sol los ojos bellos, y me abrasó como si rayo fuera.
Dulce prisión y dulce arder por ellos; sin duda que su fuego fue mi esfera, que con verme morir descanso en ellos.
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