A las márgenes alegres Que el Guadalquivir fecunda, donde ostenta pomposo El orgullo de su cuna,
Vino Rosalba, sirena De los mares que tributan A España, entre perlas y oro, Peregrinas hermosuras.
Más festiva que las auras, Más ligera que la espuma, Hermosa como los cielos, Gallarda como ninguna,
Con el hechicero adorno De tantas bellezas juntas, No hay corazón que no robe, Ni quietud que no destruya.
Así Rosalba se goza, Mas la que tanto procura Avasallar libertades, Al cabo empeña la suya.
Lisardo, joven amable, Sobresale entre la turba De esclavos que por Rosalba Sufren de amor la coyunda.
Tal vez sus floridos años No bien de la edad adulta Acaban de ver cumplida La primavera segunda.
Aventajado en ingenio, Rico en bienes de fortuna, Dichoso, en fin, si supiera Que audacias amor indulta,
Idólatra más que amante, Con adoración profunda, A Rosalba reverencia, Y deidad se la figura.
Un día alcanza a otro día Sin que su amor le descubra; El respeto le encadena Y ella su respeto culpa.
Bien a Lisardo sus ojos Dijeran que más presuma; Pero él, comedido amante, O los huye o no los busca.
Perdido y desconsolado, Una noche en que natura A meditación convida Con su pompa taciturna,
Mientras el disco mudable, En que ceñirse acostumbra, Entre celajes de nácar Esconde tímida luna;
Al margen del sacro río La inocente suerte acusa, Y así fatiga los aires Con endechas importunas:
«Baja tu velo Amor altivo, Mira que al cielo Osado va; Buscas en vano Correspondencia; Amor insano, Déjame ya.
»Déjame el alma Que otra vez libre Plácida calma Vuelva a tener: ¡Qué digo, necio! El cielo sabe Si más aprecio Mi padecer.
»Gima y padezca, Una esperanza Sin que merezca A mi deidad; Sin que le pida Jamás el premio De mi perdida Felicidad.
»Tímida boca, Nunca le digas La pasión loca Del corazón, Adonde oculto Está su templo, Y ofrenda y culto Lágrimas son.»
Más dijera, pero el llanto, En que sus ojos abundan, Le interrumpe, y las palabras En la garganta se anudan.
Cuando junto a la ribera, En un valle donde muchas Del árbol grato a Minerva Opimas ramas se cruzan,
Süave cuanto sonora, Lisardo otra voz escucha, Que, enamorando los ecos Tales acentos modula:
«Prepara el ensayo De más atractivos La rosa en los vivos Albores de Mayo:
»Si al férvido rayo Su cáliz expone, Que el sol la corone En premio ha logrado, Y es reina del prado Y amor de Dïone.
»¡Oh fuente! En eterno Olvido quedaras Si no te lanzaras Del seno materno;
»Tal vez el invierno Tu curso demora, Mas tú, vencedora, Burlando las nieves, A tu ímpetu debes Los besos de Flora.
»Y tú, que en dolores Consumes los años, Autor de tus daños Por vanos temores,
»En pago de amores No temas enojos, Enjuga los ojos; Que el dios que te hiere Más culto no quiere Que audacias y arrojos.»
Rayo son estas palabras Que al ciego joven alumbran, Quien su engallo reconoce Y la voz que las pronuncia.
Y al valle se arroja, adonde Testigos de su ventura Fueron las amigas sombras De la noche y selva muda;
Mas muda la selva en vano Y en vano la sombra oscura: No sufre orgullosa Venus Que sus victorias se encubran.
Lo que celaron los ramos Las cortezas lo divulgan, Que en ellas dulces memorias Con emblemas perpetúan.
Las Náyades en los troncos La fe y amor que se juran Leyeron, y ruborosas Se volvieron a sus urnas.
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Juan María Maury (1772–1845) |