Carta de Carlos Cano a su hijo Pablo.
En estos momentos buena parte la acapara mi hijo casi recién nacido Pablo. Intento aprovechar la suerte que he tenido al poder conocerlo, porque estaba casi predestinado a que no le hubiera visto nunca. Le quiero mucho. Tener un niño de pocos meses me emociona y rejuvenece al mismo tiempo. Hay algo mágico en ello. Vuelvo a nacer y a los pocos meses me encuentro como si todo empezara de nuevo.
Me dirijo a él, que asoma por primera vez a la jungla de la vida, con perplejidad y el asombro de sus pocos meses y con el temor y la indecisión ante lo desconocido. En un tiempo en que es peligroso tener memoria, ser libre y amar lo imposible. Con las palabras que aprendí de los seres humanos más luminosos y buenos que he conocido. A unos en los libros, a otros en la vida y a otros en los sueños.
Le digo que si quiere ser hermoso, piense en cosas bellas. Si pretende la elegancia, que tenga dignidad. Si busca el amor, que utilice siempre la ternura. Si quiere un mundo justo, que transforme su vida en algo mejor. Que señale las heridas, si quiere curación. Si busca la pureza, que se acerque a la alegría. Que oiga la música hermosa de la soledad de los hombres. Si quiere que le quieran, que quiera y sueñe con el paraíso y aprenda que todo lo vivo tiene algo nuestro en su ser, y que lo busque y lo respete.
Nada es más importante que sentirse querido.
Que aprenda del instinto, que la intuición le enseñe la memoria misteriosa y oculta de las cosas. Que sea él mismo, se confronte con lo vivo, conozca y compare. Que desconfíe de las modas.
Cuando camine por los campos, le animo a buscar a lo lejos las montañas y cantar la melodía de sus líneas en el horizonte. A decir palabras cariñosas a la acacia y al romero, y a la albahaca cuando perfume sus sueños. Si recuerda algo triste, debe ser intensa su tristeza, debe llorar si es preciso luego y después olvidar para siempre. Es importante que recuerde que, para vivir, hay que olvidar. Todo como las plantas tiene sus raíces y sus flores. Para crecer mejor, debe decir que no muchas veces y tener una razón de ser.
Ser justo, pensar que ha nacido para algo especial en el mundo, y buscarlo, mirar dentro de sí.
Cuando luche que no sienta, sólo combata. Que oiga la voz de su corazón y se enfrente con ella a toda norma que le niegue. Que aprenda la diferencia que hay entre lo cierto y lo falso.
Aunque no pueda, no sepa o no quiera, debe pensar al menos una vez en compartir, en rebelarse porque, donde estén sus pensamientos acabará estando su corazón.
Pero, sobre todo, espero que algún día me pida que le cante con los ojos cerrados la Verdiblanca, y que no me pida que le diga los nombres de todos aquellos que tiraron por la borda nuestro futuro.
Que me pida y me pregunte, que yo recordaré con él que hubo un día en el tiempo de los gigantes que él y yo fuimos un corazón libre, y una estrella de luz por el alto cielo de la esperanza.
Nada más le pido.
Carlos Cano