Jardín yo soy que la belleza adorna: sabrá mi ser si mi hermosura miras. Por Mohamed, mi rey, a par me pongo de lo más noble que será y ha sido. Obra sublime, la fortuna quiere que
a todo momento sobrepase. ¡Cuanto recreo aquí para los ojos! Sus anhelos el noble aquí renueva. Las Pléyades les sirven de amuleto; la brisa la defiende con su magia. Sin par luce una cúpula brillante, de hermosuras patente y escondidas. Rendido de Géminis la mano; viene con ella a conversar la Luna. Incrustarse los astros allí quieren, sin más girar en la celeste rueda, y en ambos patios aguardar sumisos, y servirle a porfia como esclavas: No es maravilla que los astros yerren y el señalado límite traspasen, para servir a mi señor dispuestas, que quien sirve al glorioso gloria alcanza. El pórtico es tan bello, que el palacio con la celeste bóveda compite. Con tan bello tisú lo aderezaste, que olvido pones del telar del Yemen. ¡Cuántos arcos se elevan en su cima, sobre las columnas por la luz ornadas, como esferas celestes que voltean sobre el pilar luciente de la aurora! Las columnas en todo son tan bellas, que en lenguas, corredora, anda su fama: lanza el mármol su clara luz, que invade la negra esquina que tiznó la sombra; irisan sus reflejos, y dirías son, a pesar de su tamaño, perlas. Jamás vimos jardín más floreciente, de cosecha más dulce y más aroma. Por permiso del juez de la hermosura paga, doble, el impuesto en alcázar más excelso, de contornos más claros y espaciosos. Jamás dos monedas, pues si, al alba, del céfiro en las manos deja dracmas de luz, que bastarían, tira luego en lo espeso, entre los troncos, dobles de oro de sol, que lo engalanan. (Le enlaza el parentesco a la victoria: Sólo el Rey este linaje cede.)