Paseábase el rey moro por la ciudad de Granada desde la puerta de Elvira hasta la de Vivarrambla. Cartas le fueron venidas que Alhama era ganada. Las cartas echó en el fuego y al mensajero matara, Descabalga de una mula, y en un caballo cabalga; por el Zacatín arriba subido se había al Alhambra. Como en el Alhambra estuvo, al mismo punto mandaba que se toquen sus trompetas, sus añafiles de plata. Y que las cajas de guerra apriesa toquen el arma, porque lo oigan sus moros, los de la vega y Granada. Los moros que el son oyeron que al sangriento Marte llama, uno a uno y dos a dos juntado se ha gran batalla. Allí habló un moro viejo, de esta manera hablara: —¿Para qué nos llamas, rey, para qué es esta llamada? —Habéis de saber, amigos, una nueva desdichada: que cristianos de braveza ya nos han ganado Alhama. Allí habló un alfaquí de barba crecida y cana: —Bien se te emplea, buen rey, buen rey, bien se te empleara. Mataste los Bencerrajes, que eran la flor de Granada, cogiste los tornadizos de Córdoba la nombrada. Por eso mereces, rey, una pena muy doblada: que te pierdas tú y el reino, y aquí se pierda Granada.