Su mirada ilumina los balcones oscuros de los mundos de la estrella, las risas sepultadas en la huella de una sombra, de un rictus con borrones en el cristal con interrogaciones de los espejos; donde se querella su rostro angelical, con la botella sin mensaje del mar y sus renglones. Porque, ella, guarda en su mirar tranquilo, el paso de las aguas y el profundo saber del habitante aquel del Nilo. Porque la vida es tránsito, un segundo: tiempo, a veces, y, a veces, sólo un hilo para abrir las puertas de otro mundo.