Soy un alma desnuda en estos versos, Alma desnuda que angustiada y sola Va dejando sus pétalos dispersos.
Alma que puede ser una amapola, Que puede ser un lirio, una violeta, Un peñasco, una selva y una ola.
Alma que como el viento vaga inquieta Y ruge cuando está sobre los mares, Y duerme dulcemente en una grieta.
Alma que adora sobre sus altares, Dioses que no se bajan a cegarla; Alma que no conoce valladares.
Alma que fuera fácil dominarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera Dice al invierno que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella.
Helo, helo por do viene el infante vengador, caballero a la jineta en un caballo corredor, su manto revuelto al brazo, demudada la color, y en la su mano derecha un venablo cortador; con la punta del venablo sacarían un arador, siete veces fue templado en la sangre de un dragón y otras tantas afilado porque cortase mejor, el hierro fue hecho en Francia, y el asta en Aragón. Perfilándoselo iba en las alas de su halcón. Iba buscar a don Cuadros, a don Quadros, el traidor. Allá le fuera a hallar junto al emperador, la vara tiene en la mano, que era justicia mayor. Siete veces lo pensaba si lo tiraría o no y al cabo de las ocho el venablo le arrojó; por dar al dicho don Cuadros, dado ha al emperador, pasado le ha manto y sayo, que era de un tornasol, por el suelo ladrillado más de un palmo lo metió. Allí le habló el rey, bien oiréis lo que habló: -¿Por qué me tiraste, infante? ¿Por qué me tiras, traidor? -Perdóneme tu alteza, que no tiraba a ti, no, tiraba al traidor de Cuadros, ese falso engañador, que siete hermanos tenía no ha dejado si a mí, no. Por eso delante de ti, buen rey, lo desafío yo. Todos fían a don Cuadros y al infante no fían, no, sino fuera una doncella, hija es del emperador, que los tomó por la mano y en el campo los metió. A los primeros encuentros Cuadros en tierra cayó. Apeárase el infante, la cabeza le cortó y tomárala en su lanza y al bu