Una lágrima es eso que humedece los ojos del mundo.
Y que el mundo se empeña en ocultar.
Es eso que nos tragamos tantas veces por soberbia,
por orgullo, por demostrar fortaleza,
y queda detenida en la garganta, apretada en el corazón.
Es tan profunda que no sabemos con certeza dónde nace,
ni si podrá morir alguna vez.
A veces una lágrima cicatriza una herida,
lava una pena y ablanda.
Una lágrima es un recuerdo, una angustia,
una desesperación, un interrogante.
Una lágrima puede ser a veces el comienzo del perdón,
la primera luz de la rectificación que hace estrechar una mano.
Una lágrima puede ser rebeldía o arrepentimiento;
odio o amor; luz o sombra.
Una lágrima es a veces la gota mágica
que hace cambiar por dentro.
Cuando tenemos que pagar nuestra cuota de dolor,
la lágrima ayuda.
Cuando la derramamos en el corazón querido,
o en la intimidad de la amistad,
la lágrima une, estrecha, funde.
La lágrima transforma, enseña, disuelve los rencores,
las espinas, las malas yerbas que van creciendo en la amistad
e impidiendo acercarse, abrazarse, comprenderse.
La lágrima descubre. El que ignora tus motivos,
no te conoce.
La lágrima es un don.
¡Dichosos los que saben llorar!
Son perlas para el collar de la vida.
Son rocío para el temblor de una rosa.
Son estrellas para las manos de Dios.
Del libro: "Corola nueva"