Reservo un tiempo cada día para apartarme de las distracciones y ocupaciones y reposar en silencio contemplativo. Con respiraciones profundas, suscito el fluir sanador de la vida y sereno mi cuerpo y mi mente. Empiezo a dejar ir ataduras y preocupaciones.
Cuando mi mente se aclara y mi corazón se abre, me siento listo para orar. En silencio, afirmo mi unidad con Dios y con todo lo creado. Al enfocar mi conciencia en el Cristo que mora en mí, permito que la luz brille, elevando a todos aquellos por quienes estoy orando.
Oro por mis amigos, mi familia y por la gente por doquier. Mis oraciones bendicen al mundo y siento gratitud por poder ayudar de esta manera.