MALÉFICA.
¿Qué miran tus labios silenciosos? Por qué donde el sol no sale, ¿sales tú? Un cancionero formulaste en mí, ¡maléfica!
Es inútil no mirarte, porque en ti hay secretos que guardas y agitas el mar por eso.
La naturaleza cambió tu nombre, y mis letras la contradicen. ¿Quién robo tu corazón que no fui yo, Maléfica?
El tiempo se aleja, ¡y en ti! se posa los vientos que invitaron a los libidinosos a tus pasos.
La rosa de los recipientes no hizo más que inclinarse al saber quién tú amaste y mi nombre no se encontraba.
Yo soy este, que un beso ha creado para ti, ¡maléfica!
Tengo un temblor ahogado en mis manos; y eso hace de mis letras, letras tacitas, y a la vez, mala caligrafía; por redactar tu imperio y grandeza de mujer.
¡Ven y hagamos tregua, maléfica! Tú como la historia a redactar, y yo como escritor.
¿Dónde encuentro la métrica, para describir esta metáfora con la que te siento, Maléfica?
Josué. Pineda, Reyes.
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