En épocas antiguas vivían dos ermitaños, 

cada uno de ellos en una pequeña isla cerca de la costa en un lugar de la India. 

Uno de ellos era un joven que rápidamente se había hecho célebre por su elocuencia y su gran conocimiento de las escrituras sagradas. Muchos peregrinos acudían hasta su isla buscando consejo y sabias palabras.

El otro era un anciano sencillo y de un corazón muy puro, 

quien solo se había preocupado a través de su vida por mantenerse aislado del mundo. 

Sus escasos contactos con la gente del pueblo cercano eran para buscar alimentos,

 pero no ejercía el arte de la palabra.

 Por lo tanto, nadie lo conocía como un espíritu elevado.

Este anciano, viendo que ya tenía una edad avanzada,

 pensó que sería bueno hacer una práctica metódica que lo ayudara en la búsqueda de la iluminación.

Para tal fin, un día subió a su barca y remó hasta la isla del famoso ermitaño.

 Una vez en su presencia, le rindió los honores debidos

 y le pidió humildemente que lo instruyera en el camino de la verdad.

 El joven le impartió algunas enseñanzas,

 y finalmente le entregó un mantra junto con las instrucciones requeridas para su repetición.

Después de esto, el anciano agradeció por la sabiduría que su compañero espiritual le había compartido y regresó a su pequeña isla, sintiendo la alegría en su corazón.

 El joven ermitaño lo miró partir, orgulloso por haber sido reconocido en su conocimiento espiritual.

Algunas horas más tarde se encontraba el joven estudiando las escrituras, cuando vio regresar al anciano, quien se veía bastante afligido. 

Acercándose con una actitud de recogimiento, le dijo:

-Siento sinceramente mortificarlo nuevamente, venerable asceta, pero resulta que olvidé las palabras exactas del mantra que me entregaste. Lamento mucho ser tan ignorante.

 ¿Podrías indicármelo nuevamente?

El joven ermitaño lo miró condescendientemente 

y le expresó que no tenía problema para complacerlo de nuevo,

 con lo que le repitió el mantra.

El anciano hizo una reverencia de agradecimiento y se retiró.

 Mientras tanto, el joven, lleno de orgullo por su capacidad, dijo para sí:

 “Es increíble que a su edad no tenga el conocimiento espiritual. Si ni siquiera puede retener un mantra en su memoria, no creo que pueda jamás alcanzar la iluminación.

Pero cuando, mientras reflexionaba sobre esto, volvió a mirar al viejo ermitaño, no pudo evitar ponerse de pie de un salto mientras se le caía el libro sagrado, cuando lo vio alejarse hacia su isla, caminando sobre las aguas.

Reflexión

: la verdadera sabiduría y el camino de la iluminación no se alcanzan con la erudición y la fama sino con la pureza del corazón.