Yo no sé donde voy a echar raíces.
Ya las eché en la aldea.
Dejé el arado y el cuchillo grande,
las cuatro fanegadas de mi vieja.
¡La hostelería es buena! - me dijeron.
Y cogí la bandeja.
"Sí señor, no señor, lo que usted mande,
servida está la mesa"...
Yo por vivir entre los míos hago lo que sea.
Vi las mujeres pálidas del norte
arrebatarse como hogueras,
y
llevarse las caras como platos de mojo con morena,
tanto que aquí no dejan ni rubor para tener vergüenza.
Vi vender nuestras costas en negocios
que no hay quién los entienda:
vendía un alemán, compraba un sueco
¡y lo que se vendía era mi tierra!
Pero no importa.
Me quedé plantado.
Aquí nací, de aquí nadie me echa.
Hasta que el otro día lo he sabido,
y he hecho de nuevo la maleta.
He sabido que pronto van a venir de afuera
técnicos en alambrar los horizontes,
de encadenar la arena,
de hacer nidos de muerte en nuestras fincas,
de emponzoñar el aire y la marea,
de cambiar nuestros timples por tambores,
las isas por arengas,
las palabras de amor por ultimátums,
por tumbas las acequias...
Si se instalan los técnicos del odio sobre nuestras laderas,
los niños africanos, desvelados bajo la lona de sus tiendas,
mirarán con horror las siete islas,
no como siete estrellas,
sino como las siete plagas bíblicas,
las siete calaveras desde donde su muerte y nuestra muerte
indefectiblemente se proyectan.
Yo por mi parte cojo la maleta.
La maleta que el viejo se llevó a las Américas
en un barquillo de dos proas.
¡Qué valientes barquillas atuneras!
Tienen dos proas, una a cada lado,
para que nunca retrocedan.
Vayan donde vayan siempre avanzan.
¿Quién dijo popa? ¡Avance a toda vela!
Y yo
¿voy a quedarme reculando?
¿Voy a dejar que crezca sobre la tierra mía toda la mala hierba?
¿Voy a volver la espalda al forastero
que vendrá con sus máquinas de guerra
para ensuciar de herrumbre las auroras,
de miedo las conciencias?
Pensándolo mejor, voy a sacar de la vieja maleta
el libro, la camisa, la escudilla, la batea...
Voy a pintar y barnizar de nuevo su gastada madera,
voy a quitarle el hilo y a ponerle la cerradura nueva.
Y con ella vacía me acercaré a La Isleta,
y al primer forastero de la muerte que llegue a pisar tierra
se la regalo, para siempre suya,
y que la use y nunca la devuelva.
¡No quiero más maletas en la historia de la insular miseria!
Ellos, ellos,
que cojan ellos la maleta
Los invasores de la paz canaria,
que cojan la maleta.
Los que venden la tierra que no es suya,
que cojan la maleta.
Los que ponen la muerte en el futuro,
que cojan la maleta.
Que cojan la maleta,
¡que cojan para siempre la maleta!
Pedro Lezcano