Piedra es Petra, la mítica ciudad que hace más de 2.000 años levantaron los nabateos de la nada.

Piedra es Petra, la mítica ciudad que hace más de 2.000 años levantaron los nabateos de la nada.

Jordania ha sabido conjugar en su territorio lo más destacable de uno de los elementos que existen en la Naturaleza,  “la tierra” (los otros son aire, mar y fuego), aprovechando su estructura y variedad  como piedra, arena y barro, para configurar una serie de tesoros que en su territorio, y sólo en él, pueden ser admirados por los viajeros.

Piedra es Petra,  la mítica ciudad que hace más de 2.000 años “fabricaron”  los nabateos de la nada;   arena es Wadi Rum,  un desierto histórico destacado en sus relatos por el británico Lawrence de Arabia quien se impresionó ante su espectacular orografía de valles casi ocultos;  y barro es el que ofrece el Mar Muerto, unido a su salinidad, para permitir tratamientos de belleza, y quien sabe si de rejuvenecimiento, superando así la típica fotografía de leer un periódico flotando en su superficie.Pero Jordania es, ante todo, un país que ofrece tranquilidad en una región convulsa.

PETRA, DONDE LA ROCA HABLA

Algo más de tres horas desde que se deja atrás la capital, Ammán, y a través de  una buena carretera se llega a la primera explosión del elemento tierra: la piedra. La leyenda cuenta que un nómada que buscaba uno de sus  dromedarios perdido tras una tormenta, se adentró en un profundo y estrecho desfiladero siguiendo sus huellas. Tras recorrer más de dos kilómetros  descubriendo un camino insospechado entre paredes de un colorido refulgente que iban ganando en altura, llegó hasta una pequeña explanada, donde encontró al animal que se había detenido a comer unas matas de hierba. El  viajero se maravilló por el camino recorrido y pensó en las posibilidades que había allí, tras el desfiladero, de establecerse. Con esta idea regresó sobre sus pasos y comunicó a sus compañeros lo que había visto. Era un lugar seguro, fácilmente defendible, desde el que dominar los caminos que cubrían las caravanas.

Y quizás fue de esta forma como los nabateos decidieron hacer de aquel desfiladero y del subsiguiente valle el lugar idóneo para asentarse y tallar en la piedra una de las ciudades más bellas del mundo hace más de 2.000 años:  Petra, donde la roca habla.   La mejor hora para visitar Petra es no más tarde de las 8,30 horas, ya que hay pocos madrugadores que quieran recorrer el desfiladero, el Siq, y sus más de dos kilómetros de longitud tan temprano. Muy pocos visitantes inician el recorrido a esa hora, y es, en verdad, cuando se puede disfrutar del silencio, de la paz que se encuentra en cada curva, en cada recoveco; gozar de un paso cuya anchura oscila entre tres y 17 metros,  y admirar la variación de colores que ofrece la oxidación de las rocas al incidir allí el primer Sol del día: negros, rojos, amarillos, azules, anaranjados..., subiendo por las laderas hasta los más de cien metros de profundidad en el que se sumerge el desfiladero.

Al final, espera la sorpresa. En una explanada se encuentra el monumento más significativo de la ciudad nabatea, posiblemente uno de los más fotografiados del mundo, e incorporado a comic clásicos como el título “Stock de Coke” de Tin Tin, o al cine, con Indiana Jones y la “Última Cruzada”, entre otros. Es Al Khazbeh, el Tesoro. Impresionante obra maestra de la arquitectura nabatea tallada en la roca con una precisión extrema. El efecto que causa el Sol al incidir sobre él, es posiblemente la causa de que se conozca con ese nombre de “tesoro”, ya que parece estar cubierto de oro.

Pero Petra no sólo es ese edificio, este palacio súper conocido, sino que a la derecha de la planicie se abre un valle espectacular. Tumbas labradas en la roca que envuelven un paisaje rudo, fuerte, montañoso, enterramientos que seguramente serían de personajes de gran importancia de la cultura nabatea, junto con viviendas construidas con una técnica semejante. La belleza del conjunto formado por centenares de construcciones es tal, que difícilmente se puede explicar con palabras, o destacar una de las tumbas por encima de las demás. No obstante y para dejar un ejemplo, señalaremos “el Palacio”, con una fachada de 46 metros de altura y 49 metros de ancho.   Y al final, coronando la ciudad de la piedra, se encuentra una escalera labrada en la roca de más de 800 escalones.

La visita se puede realizar moviéndose en camello, burro, caballo, o en landó de una sola caballería, pero lo aconsejable es hacerlo todo a pie, e intentar regresar por el desfiladero cuando en el horizonte comienzan a aparecer los grupos de turistas que arrojan en el puerto jordano de Akaba, a dos horas de Petra, los cruceros.

Y tras la piedra, llega la arena, el polvo... .

WADI RUM, LA ARENA QUE MECE EL VIENTO

Wadi Rum  es el desierto glosado por Lawrence de Arabia, el Valle de la Luna, situado a 1.600 metros de altura. En él que el cielo limpio permite contemplar todas y cada una de las estrellas que lucen en el firmamento, y en el que la vida beduina se mantiene inalterable al paso de los siglos.

Pero Wadi Rum no es un desierto al uso, sino una región poblada de picachos que combina la arena con el granito, la arenisca, y…, naturalmente el horizonte pelado. Quizás por ello aquello el calificativo que se le ha dado de paisaje lunar, pues en esta  extensión se pueden encontrar picos tan altos como en monte Jabal Umm ad Dami, con 1.854 metros sobre el nivel del mar, o el famoso Mount Rum, de 1.734 metros.

La aventura se puede vivir en Wadi Rum recorriendo esos parajes que nos ofreció en su momento la película del director David Lean, sobre la vida de Lawrence de Arabia, protagonizada por Peter O’Toole. Pistas que se pueden recorrer en 4x4, o en camello, para ver la inmensidad de una grandeza, con un momento de esplendor, la caída del sol por detrás de esas montañas, dando paso a un cielo como no hay otro en el mundo.

Miles de estrellas se ofrecen para que el viajero se extasíe intentando descubrir cual es cada constelación, ante ese mapamundi de la bóveda celeste que se ofrece en medio de un silencio que invita a la reflexión y a un “dejarse llevar”.Paz, tranquilidad, reposo, energía en el aire, un canto a la naturaleza.

MAR MUERTO:  SAL Y  BARRO

Una carretera perfectamente asfaltada, y de recta continuada acompaña el recorrido que puede hacer el turista en coche por la orilla del Mar Muerto, de sur a norte, buscando en la parte jordana uno de los espectaculares establecimientos hoteleros existente en esta zona, donde recibir un buen baño de barro, que cuide y proteja la piel, y flotar en la alta salinidad de sus aguas, haciéndose, si así se quiere, una fotografía de la lectura del periódico aprovechando la estabilidad acuosa.

 Frontera entre dos países, Jordania e Israel, región donde la Biblia apunta que estaban las ciudades “malditas” de Sodoma y Gomorra, este punto salado situado a 416,5 metros por debajo del nivel del mar, considerado el lugar más bajo de la Tierra, ofrece una serie de posibilidades que tan sólo con asomarse a él se muestran al instantes.

 En la orilla jordana, el desarrollo hotelero ha sabido conjugar  el paisaje con la construcción de establecimientos que no rompen el “ecosistema”, y que se agradece por parte del viajero que hasta allí llega.

 Fuera del agua espera el barro, negro, oscuro, que por unos instante cubre de “color de chocolate” los cuerpos, Unos minutos para que se seque, y una buena ducha de limpieza. ¡Ya se tiene la piel más suave, más cuidada, se ha celebrado la ceremonia del tratamiento corporal¡. Se ha disfrutado de, quizás, un tratamiento de rejuvenecimiento.

 Y de noche, al otro lado del mar se pueden apreciar las luces próximas de la considerada ciudad más antigua del mundo, Jericó, y sobre las colinas un refulgente juego de luminarias anuncian que detrás se encuentra la ciudad sagrada de Jerusalén.

 Pero hay más en Jordania, aunque como diría aquel viajero impertérrito, esa es otra historia, que merece ser contada en toda su extensión.  Baste como apunte, un recuerdo a la impresionante visión que hay desde el monte Nebo, cerca de Amán, donde Moisés pudo contemplar la Tierra Prometida en la que nunca logró entrar  por haber dudado de Yavé, según se puede leer en el último libro del Pentateuco. Así como los castillos de los cruzados, las ruinas romanas, o la propia capital de la nación, a caballo entre la modernidad y lo clásico del mundo árabe, con sus zocos y tiendas de marca.