Quienes se atrincheran en la dureza,
se privan de la hermosa oportunidad de dar
y recibir afecto.
La ternura atrae, encanta, afirma, fortalece.
La ternura se regala en la mirada,
en el tono empleado para solicitar un favor
en el saludo,
en la manera de estrechar una mano y hasta en la forma de dirigirnos
a la persona que nos atiende en el restaurante.
También podemos prodigar ternura en situaciones en las que
sería más fácil recurrir a la dureza, como por ejemplo,
cuando tenemos que corregir a alguien.
Ella desaparece, eso sí, cada vez que permitimos que el orgullo
y la impaciencia nos dominen.
La ternura es privilegio de aquellos que se atreven a abrir el corazón,
de aquellos que no temen ser vulnerables;
por eso es patrimonio de las almas claras.
Los niños educados con amor son casi siempre tiernos,
al igual que las personas de edad avanzada que han vivido activa
y plenamente.
Siempre he pensado que uno de los ingredientes del amor es una
sustancia
llamada ternura.
Una buena dosis de ella le da una dimensión más amplia y
significativa al encuentro amoroso.