Nacida de la selva me tomaste arisca yegua para estribos y albardas.
Durante muchas noches nada se oyó sino el chasquido del látigo el rumor del forcejeo las maldiciones y el roce de los cuerpos midiéndose la fuerza en el espacio.
Cabalgamos por días sin parar desbocados corceles del amor dando y quitando, riendo y llorando -el tiempo de la doma el celo de los tigres-
No pudimos con la áspera textura de los vientos. Nos rendimos ante el cansancio a pocos metros de la pradera donde hubiéramos realizado todos nuestros encendidos sueños.