Cuenta una antigua y conocida leyenda que tres cedros nacieron en los otrora bellos bosques del Líbano. Como todos sabemos, los cedros tardan mucho tiempo en crecer y estos árboles pasaron siglos enteros pensando sobre la vida, la muerte, la naturaleza y los hombres.
Presenciaron la llegada de una expedición de Israel enviada por Salomón y más tarde vieron la tierra cubierta de sangre durante las batallas con los asirios. Conocieron a Jezabel y al profeta Elías, enemigos mortales. Asistieron a la invención del alfabeto y se maravillaron con las caravanas que pasaban, llenas de tejidos multicolores.
Un bello día decidieron hablar sobre el futuro:
- Después de todo lo que he visto dijo el primer árbol- quiero convertirme en el trono del rey más poderoso de la Tierra.
- A mí me gustaría ser parte de algo que transformase para siempre el Mal en Bien comentó el segundo.
- Pues yo quería que cada vez que me vieran pensasen en Dios fue la respuesta del tercero.
Pero transcurrido un tiempo, unos leñadores aparecieron y los cedros fueron talados y transportados en barco a tierras lejanas. Cada uno de aquellos árboles tenía un deseo, pero la realidad nunca pregunta que hacer con los sueños:
El primero sirvió para construir un establo y las sobras se utilizaron para colocar el heno.
El segundo árbol se convirtió en una sencilla mesa, que después fue vendida a un comerciante de muebles.
La madera del tercer árbol no encontró compradores, así que fue cortada y colocada en el almacén de una gran ciudad.
Infelices, éstos se lamentaban:
-Nuestra madera era buena pero nadie supo hacer nada bello con ella.
Pasó algún tiempo, y una noche llena de estrellas, un matrimonio que no conseguía encontrar refugio decidió pasar la noche en el establo que había sido construido con la madera del primer árbol. La mujer gritaba, con dolores de parto, y terminó dando a luz allí mismo, colocando a su hijo entre el heno y la madera donde estaba colocado.
En aquel momento, el primer árbol entendió que su sueño se había cumplido: allí estaba el más poderoso de todos los reyes de la Tierra.
Años después, en una casa modesta, varios hombres se sentaron alrededor de la mesa que había sido fabricada con la madera del segundo árbol. Uno de ellos, antes de que todos empezasen a comer, dijo unas palabras sobre el pan y el vino que tenía ante sí.
Y el segundo árbol entendió que él, en ese momento, no solo sostenía un cáliz y un trozo de pan, sino la alianza entre el hombre y la Divinidad.
Al día siguiente arrancaron dos trozos del tercer cedro y los colocaron en forma de cruz. Lo dejaron tirado en un rincón y horas más tarde trajeron a un hombre brutalmente herido, que clavaron en su leño. Horrorizado, el cedro lamentó la bárbara herencia que la vida le había dejado.
Antes de que pasasen tres días, el tercer árbol entendió su destino: el hombre que allí estuvo clavado era ahora la luz que todo iluminaba. La cruz hecha con su madera había dejado de ser un símbolo de tortura para transformarse en señal de victoria.
Como siempre pasa con los sueños, los tres cedros del Líbano habían cumplido el destino que deseaban, pero no de la manera que imaginaban que sería.