William Carey fue un brillante lingüista y un fiel cristiano. Tradujo partes de la Biblia a 34 idiomas y dialectos diferentes. En su juventud, Carey había trabajado como zapatero. Cierta noche, en una gran cena, alguien le dijo: –Señor Carey, me han dicho que usted trabajó haciendo zapatos. –No, respondió Carey, yo no los hacía; sólo sabía repararlos.
Rectitud y humildad, sin complejo de inferioridad, ayudan a darse cuenta de los propios límites y a reconocer sus debilidades. Es el primer paso en el camino de una verdadera humildad. El segundo paso va más allá, pues para el cristiano la humildad es el profundo deseo de que en nuestra vida Dios tenga el lugar que le corresponde, es decir, el primero. En este sentido está muy cerca de la adoración.
El amor de Dios en la vida de un creyente se manifiesta por la humildad y el olvido de sí mismo. El amor no se vanagloria, no se envanece por sus éxitos, no se enorgullece, no piensa en sí mismo, no se compara con otros, sino que se pone al servicio de ellos. El secreto de la humildad es estar ocupado del Señor Jesús y buscar sus intereses. Un creyente acostumbraba a orar: «Señor, dame la fuerza para hablar de ti, cada vez que tenga la oportunidad de escoger el tema de la conversación». Durante toda su vida Jesucristo mostró lo que es la verdadera humildad. Sigamos su ejemplo.
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5).
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De la red