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EL DOLOR
A los que tienen corazón llagado,
sangriento corazón frío y enfermo;
a los que tienen penas en el alma
y que lágrimas vierten en secreto;
a los atormentados por la existencia
y que van dejando lágrimas vertidas
con el invierno de sus propios ojos.
A esos, les dedico este poema:
Señoras, señores.
Esta noche no os traigo poesía;
esta noche mi lira destemplada,
sólo sabe una fúnebre salmodia,
un madrigal muy triste,
una cantata que tiene notas
de pianola enferma,
quejidos de violín, silbos de flauta,
retumbos de bombarda enronquecida
y gemidores dejos de guitarra.
Tan triste como el canto de la brisa,
que se queja de noche entre las ramas,
como el susurro de las hojas secas,
como el canto del cisne entre las cañas;
como el duelo que entonan en la torre,
cuando tocan a muerto las campanas…
todo es en mi poema:
desilusión, tristezas y lágrimas.
Es un canto que enferma;
es un idilio que me enseñó
a cantar la raza humana…
hay en él, una dosis de amargura,
disuelta en un océano de lágrimas…
lo canta el pordiosero envuelto en guante
y lo canta el magnate envuelto en java;
lo canta el ignorado de los hombres
y lo canta el ungido por la fama;
bien conocen su música los reyes,
el lacayo infeliz muy bien lo canta…
el niño y el anciano, el rico, el pobre;
todos entonan la inmortal cantata…
desde la cuna hasta el sepulcro,
van cantando la misma serenata,
el largo “De Profundis” de la vida,
que se empieza al nacer y que se acaba,
cuando detrás del parpado se seca,
la más doliente, la postrera lágrima.
No vengo a perturbaros esta noche
con canciones de amor, con rimas placidas,
ni con idilios de pasiones tiernas,
ni con ternuras de pasiones castas;
las notas de mi canto son tristeza
y mucho más que la tristeza: son amargas…
tienen todo lo negro de las tumbas,
del desengaño todas las nostalgias,
tienen desilusión de olvido,
y un olor taciturno de campánulas.
No he traído un poema de ilusiones,
os traigo la epopeya de las lágrimas…
por eso vengo a daros esta noche,
una larga y vibrante serenata;
vuestro oído es la reja y allí canto…
que despierten a oírme vuestras almas…
traigo un tema inmortal, tema infinito,
de una magnitud que lo avasalla;
luminosa y brillante como el día;
inmaculado y blanco como el alba;
tan insondable como el mar profundo
y tan extenso como el mar sin plavas…
sin límites ni fin como el espacio,
tan misterioso como el alma humana…
tan lleno de dulzura cual la dicha,
tan lleno de amargor cual la desgracia…
tan amargo y tan dulce cual el beso,
que entre dos bocas el adiós apaga…
tan amargo y tan dulce cual el recuerdo,
que por ser grato, nos arrancan lágrimas.
Es un tema muy triste y muy alegre,
conjunto de alegrías y nostalgias;
una canción ya vieja, pero nueva;
una canción muy corta, pero larga…
tema para escribir muchos volúmenes
y por millares escribir las páginas…
es tan sólo es un vocablo de dos sílabas…
cinco letras no más: una palabra!
D O L O R
Sin saberlo nací, Dios lo ha querido,
y por eso prosigo mi jornada.
Es mi espíritu el choque de dos nubes;
yo soy un soñador, un alma rara;
yo me conozco muy bien, soy un iluso,
un soñador, una planta exótica y extraña;
le tengo mucho miedo a los amigos,
porque me faltan ojos en la espalda…
Por eso en el teatro de la vida,
para asistir a la comedia humana,
siempre ocupo la última luneta,
para tener la espalda resguardada.
He creído que el mundo es un teatro,
en donde vemos siempre un mismo drama;
al romperse el telón de la inocencia
se principia la acción,
y ésta se acaba, cuando la muerte
en la final escena,
sale al proscenio a suspender el drama…
Ese drama horroroso de la vida,
esa comedia trágica y dramática,
donde primer actor es la falsía;
el orgullo tenor y actriz la infamia…
Pero basta de exordios;
permitidme que os invite a llorar;
porque en mi alma les rindo culto
a todos los dolores
y tengo para todos una página,
en donde escribo con mi propia sangre,
todas las quejas que el dolor arranca,
todos los versos que el dolor inspira,
todas las dichas que el dolor quebranta;
todas las ilusiones que se mueren
al soplo del dolor inmaculado;
todas las esperanzas que agonizan
al beso del dolor y se desmayan.
Si tenéis corazón para llorar, llorad conmigo,
pues voy a hablaros del dolor…humano
ese es mi tema,
y por eso os invito a verter lágrimas.
Todos vosotros conocéis sin duda,
aquella relación conmovedora de aquella mujer,
que con el solo nombre de
“Cananea” nos legó la historia.
Su hijo agonizaba;
ya no había ni una sola esperanza redentora…
y en medio de su pena indescifrable,
ebria de llanto, de dolor ya loca,
corrió en pos de Jesús…
Era la época de las resurrecciones milagrosas.
“Miserere mei Jesús filis David”
…gritaba sin cesar;
pero fue sorda la bondad de Jesús,
en ese instante, para la Cananea pecadora...
Más, el fiero dolor que destrozaba
su corazón de madre en esa hora,
le dio constancia y fe y siguió gritando
detrás del señor la pobre loca:
“mi hija se muere, vos podéis curarla”
y en verdad; la curó: Jesús perdona.
Ahora…silencio, expectación;
quisiera que se doblaran las rodillas todas.
Permitidme, que deje en el olvido,
un centenar de páginas hermosas…
quisiera hablaros del rey de los dolores;
la encarnación de las tristezas hondas,
la amargura más grande de la vida,
la encarnación de todas las congojas;
os invito al Calvario, vamos todos,
hay dos brazos abierto sobre el Gólgota!
Pero no…Permitidme;
quiero antes retroceder seis páginas de historia.
Quiero que vayamos con Jesús al huerto...
desmayarnos con él, sobre la roca…
sentir el alma triste hasta la muerte…
y ver que la paciencia nos conforta
a manera del ángel,
que consuela al hombre Dios
en su fatal congoja
y clamar con el Cristo al Padre eterno,
en su angustia suprema y espantosa:
“Aparta de mis labios este cáliz...
hágase en mí, tu voluntad…Perdona”.
Todos tenemos como el Cristo un Judas,
que después de besarnos nos traiciona
y en la angustia más cruel de nuestra vida,
los amigos, nos dejan y abandonan;
como al Cristo en el huerto,
sus discípulos lo dejan solo en la suprema hora.
Ahora ved: el inviolado, el manso,
es expuesto a la turba gritadora,
desde un balcón con túnica de loco,
y el populacho lo encarnece y mofa.
El sayal de los locos fue el vestido,
para el que puede con su inmensa gloria,
arrancar las estrellas del espacio
y ceñírselas todas en corona,
pisar tapicería de neblina
y vestirse con lampos de la aurora.
Una caña no más tomó por cetro,
un pedazo de púrpura asquerosa
fue su manto real;
luego de espinas le fabricaron su real corona,
Tuvo por trono un banco endurecido,
por palacio, una cárcel tenebrosa,
por corte de honor:
la turba infame, que le escupe, le insulta
y le destroza;
tal fue tratado el único monarca,
que no admite plural, rey de la gloria.
Después, atado a una columna,
deja que le ultraje la turba escandalosa
y un huracán de cinco mil azotes,
estalla en sus espaldas temblorosas…
En aquellas espaldas que debieran cubrir,
cinco mil pétalos de rosa!
Tres veces se desmaya, y en su sangre,
tres veces le parece que se ahoga…
al fin Pilatos dicta la sentencia,
que le condena a muerte ignominiosa
y bajo el peso de la cruz,
camina el Nazareno hasta subir al Moira.
¿Su dolor? ¡Imposible!.
No habrá pluma que lo pueda pintar,
la misma historia se contenta diciendo
dos palabras únicamente: “Vía dolorosa”
En el reloj monstruoso de los siglos,
ya va a sonar la más suprema hora:
el enorme paréntesis de sangre
que abre el Getsemaní lo cierra el Gólgota;
aquí concurren todos los dolores…
aquí se juntan las tristezas todas.
Ante la Cruz, se ve la más doliente
de todas las mujeres pecadoras;
la que habitaba en Mándalo un castillo,
en medio del placer y la deshonra,
la misma que ante el rubio Galileo,
públicamente su vergüenza arroja,
la que con finos bálsamos de oriente,
unge los pies del inviolado y llora…
la que siendo tan mala fue tan bella...
y haciendo penitencia es más hermosa!
En una gruta cerca del Calvario,
acompaña a la madre Dolorosa,
mientras vibran los golpes del matillo,
sobre su alma que el dolor devora…
por cada golpe que en su oído suena,
la Eterna Madre, se estremece toda.
El dolor del discípulo escogido
está también sobre el Calvario ahora.
Después una cadena interminable
de mártires se extiende
y años después en Patmos,
el Apóstol hace su Apocalipsis…
Su grande Obra…inspirada
sin duda en el Calvario,
cuando al sentir que el duelo le devora,
abrazado a la Cruz de su Maestro,
clava en las suyas, sus pupilas hondas…
Se cumple así la augusta profecía de Simeón,
para la Madre hermosa…
ya un séptimo puñal ha taladrado
aquel gran corazón de Redentora…
Parece que en sus húmedas pestañas,
dos lágrimas de plata se interrogan…
y un abismo luminoso y hondo,
de aquellas dos vitalizadas gotas,
se copian el paisaje del Calvario,
y la tristeza y el dolor dialogan.
Ha llegado el momento…
ha sonado por fin la hora de Nona…
El sol apresura su carrera,
huye la luz entrándose a la sombra;
los muertos abandonan sus sepulcro,
y las piedras se dan unas con otras…
Se rasga el velo y en aquel instante
dan un grito las águilas medrosas,
y aúllan en los flancos del Calvario;
los leopardos con violencia sorda!
Un gran dolor sacude las entrañas,
a la naturaleza sobre el Gólgota,
se cierran unos ojos de violeta…
y unos labios de púrpura y de rosa!
De aquel dolor que dividió los siglos…
brotó la redención...vino la vida
…los doce pescadores recibieron
en pago de sus luchas infinitas,
el dolor, el martirio, casi todos.
Es el dolor compensación divina,
fecundizada con la doliente sangre de sus venas,
el lirio del dolor fecunda el alma
y llena de fervor todas las víctimas.
De la era Cristiana,
permitidme que os presente
siquiera unas películas.
Quiero haceros sentir nuevos dolores
que pasarán en ronda fugitiva,
como una gran bandada de palomas,
a esconderse en las páginas marchitas
de la polvosa historia de los siglos;
que duerme siempre entumecida:
El ciego Milton,
con dolor escribe la obra
que su genio inmortaliza;
en el dolor vio Dante su comedia,
que con tanta razón llamó “Divina”.
Bajo el influjo del dolor, Schubert:
su melodiosa “Serenata”; Vibra,
Musset en su dolor forja con llanto
la tristísima historia de “Lucía”.
En su dolor, nos muestra el Negro Dumas,
su “Madame Gautier”; su Margarita
Y Le Martine, escribe sollozando
la historia de Abelardo y Eloísa.
Shakespeare en su dolor pinta a Julieta
hermosamente bella y pensativa,
diciéndole a Romeo: “No te vayas,
que no canta la alondra todavía”…
Ebrio de pena Chateaubriant,
escribe de Atala y Chata su honda despedida…
el Manco de Lepanto,
ve burlado su Don Quijote, gloria de su vida;
Cristóforo Colombo encuentra un mundo,
y luego en una cárcel agoniza,
Llorando por Leonora escribe
“El Cuervo”. Edgardo Poe,
con preciosas rimas…
Isaac, empapa en su dolor la pluma
para escribir la historia de María.
El dolor hace grandes a los hombres…
El dolor, es el alma de la vida.
Os voy a bosquejar una gran serie de acuarelas
dolientes y tristísimas.
Al pasar por el mundo he recogido
todas las amarguras infinitas;
he pensado en las penas que se ocultan
y he meditado en las tristezas íntimas,
Siempre he buscado la congoja ajena,
para luego hermanarla con la mía…
Ved allí a una mujer:
está llorando sobre el lecho de muerte reclinada,
no se quiere morir tiene dos hijas,
y le da mucho miedo abandonarlas;
en la febril cabeza de la enferma,
las sombras del futuro se agigantan:
¿Qué va a ser de sus hijas si se muere?
¿Por qué Dios la existencia le arrebata?
Se revela al morir, lucha y relucha,
escondiendo los ojos en la almohada...
interroga al silencio, y el silencio hecho dolor
ante sus ojos pasa…
De pronto se incorpora,
en torno suyo hace girar incierta la mirada…
ve a sus hijas que lloran…
las bendice, les da el último adiós y las abraza…
Tres bocas de mujer que se entrelazan…
un amor que se rompe a la gran cita
que se dan antes de partir las almas.
Después…silencio!
Sobre aquella muerta sollozan sin cesar
dos niñas blancas!.
El dolor de la madre que se muere
y el dolor de las huérfanas se iguala;
el dolor le abrió el cielo a aquella muerta,
y a sus hijas tal vez, el cielo aguarda.
Ahora, entrad:
al fondo de la alcoba hay una cuna encortinada,
un gallardo mancebo casi loco,
recorre en un temblor toda la estancia;
postrada ante un retrato de la Virgen,
con la rubia cabellera desgreñada,
una mujer de veinte primaveras,
musita a media voz una plegaria.
Entre la cuna un niño primoroso,
fruto de aquel hogar en alborada,
se agita consumido por la fiebre,
alzando al cielo sus manecitas blancas;
su cabecita rubia y sudorosa,
se destaca en el blanco de las sábanas,
como una rosa de oro entre la albura de la nieve,
del polvo aprisionada.
El pobre padre en su dolor grita blasfemias,
la joven madre se destroza el alma;
el niño se sonríe, más,
hay en su risa gotas aperladas…
Fue que su madre lo besó en los labios,
pero al besarlo derramó dos lágrimas…
la fiebre quema al niño y él,
se bebe esas dos gotas de amargura blancas
¡Ay! Ignora que en ellas se ha bebido,
el amor de una madre destrozada.
La ciencia del galeno ha sido inútil;
la muerte avanza…el niño palidece;
la pobre madre cae desplomada,
el padre tambalea, el niño expira
y ante la Virgen parpadea la lámpara.
Es un beso de amor desvanecido,
la primera alegría de dos almas
unidas ante Dios eternamente,
ha querido el dolor desbaratarlas.
El padre se resigna y besa humilde,
la mano del dolor que lo maltrata;
la madre ofrece a Dios toda su angustia,
y se siente mejor; casi aliviada.
Venid conmigo,
os presento ahora un nuevo cuadro;
una escena rara:
Ved esa joven pálida y llorosa,
y a la sombra de un tilo recostada.
¿Conocéis el dolor que la atormenta?
¿Sabéis, qué pena muerde sus entrañas?
Esa pobre mujer fue prometida
de un apuesto dosel a quien amaba,
pero el dolor martirizó su dicha:
la desvaneció y quiso marchitar sus esperanzas…
No hace mucho que en la guerra,
el fiel amante, rindió su vida por salvar su patria…
Miró sus ilusiones esfumarse,
al soplo del dolor la enamorada.
Juró fidelidad al novio muerto,
y ya la veis, sublimemente pálida;
es una efigie del dolor,
transformándose en estatua.
El dolor la hace más interesante
y le da cierta encantación romántica;
Meditad en lo grande de su pena y me diréis,
si os ocasiona lástima;
pero es más bella así, es más hermosa;
prueba que es superior a su desgracia.
El dolor acrisola su hermosura y afina más,
el temple de su alma.
Ved ahora,
en el ángulo sombrío
de una modesta y silenciosa sala..
.y sobre un lecho muy blanco está muriendo
un pobre anciano ya sin esperanzas,
sus hijos lloran, sus nietos juegan,
porque no saben que el abuelo ya se acaba,
el pobre viejo quiere despedirse,
mas la familia sin cesar lo llora;
siente el dolor de haber vivido mucho
y quiere que termine su jornada…
Ochenta primaveras lo saludan
convertidas en nieve ante sus canas.
Ve la necesidad de su partida,
pero hay algo invisible que lo ataja…
empuña el Crucifijo sollozando,
entre sus manos trémulas y heladas,
y bendice a sus hijos;
árbol viejo que quisiera morirse con sus ramas…
Todos lloran en torno de aquel lecho;
el corazón del viejo, ya no clama…
veréis, por los helados párpados,
congelada, rodar la última lágrima.
No es un viejo ya el que se muere,
es un mancebo, que rebosa salud y venturanza:
sus padres, sus amigos,
sus hermanos todos lo reclaman;
éste siente un dolor imponderable,
que le destroza con violencia el alma;
el dolor de morirse antes de tiempo,
querido de su madre y de su amada;
en las primaveras grandes de la vida…
elegido futuro de la fama…
¡Morirse sin querer! tal vez la historia,
una página de oro le depara.
Cuando todos,
su primer triunfo sin cesar reclaman…
y sin embargo,
su dolor le muestra, que Dios lo quiere;
se resigna y calla.
Las notas de mi lira son tan tristes,
que parecen más bien amargas quejas;
ya mucho tiempo que no vibran
de mi laúd las cuerdas.
Ya no tienen el timbre que tenían…
están muy empolvadas y no suenan…
Por eso, al entonar un nuevo canto,
me da mucho temblor…me da vergüenza…
Pongo toda la esencia de mi alma,
sobre la lira pero no me suena;
tan triste, tan enferma y tan sombría…
siempre vive tan triste y tan enferma Pobrecita…
está tan vieja...que imposible!
Pobrecita; imposible si está vieja!
No me llaméis poeta, os lo suplico.
Llamadme iluso, soñador,
que apenas eso merece el que fabrica estrofas:
sin música, sin arte, sin belleza!...
Solo he puesto, señores, os lo juro,
el corazón entero en mi poema…
Toda la esencia de mi pobre vida
y el calor que circula en mis arterias;
la poca luz que alumbra mi cerebro
y el alma misma de mi alma enferma.
Llamadme soñador, llamadme iluso,
de ningún modo, me llaméis poeta.
Mañana cuando asome en el Oriente,
su pupila de llamas el dios Helios,
ya me habréis olvidado, así os lo pido,
y eso no más, en mi favor espero…
Necesito perdón, quiero el olvido y quedará mi gusto satisfecho.
El perdón y el olvido,
serán siempre, de estas pobres estrofas, el gran premio.
Ya que vosotros sois tan generosos,
no volváis a acordaros de mis versos…
Si, son mis hijos y los quiero tanto!
Pero a pesar de todo, son tan feos.
Todo padre pretende que a sus hijos,
se les perdonen todos sus defectos;
sed pues, tan bondadosos con los míos,
que jamás lleguen hasta mí gimiendo
y tengan qué decirme…:
”Si no fuiste capaz de hacernos como todos bellos,
entonces di,
¿Por qué nos arrojaste así, tan enconosos y tan feos?”
Espero pues, vivir en vuestro olvido…
Vosotros, viviréis en mi recuerdo.
He Concluido
Roberto Muñoz Londoño.
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