Nunca pensé que pudiera doler tanto tu despedida.
Quizás nunca me la he creído del todo.
Tal vez, y sólo en este momento, pueda hacer acopio de valor y enjugar las lágrimas.
Este no era nuestro final, no lo había previsto, no estaba escrito para ninguno de los dos.
Pero así sucedió.
Te marchaste sin dejar rastro, sin saber por qué te fuiste.
Tan solo abandonaste el lugar.
Con el paso de los días, empiezo a notar que me falta algo en mí día a día.
Los nervios se hacen presentes en mi rutina.
Mi maldita cabeza se empeña en hacer triviales todas mis cosas.
Ya no hay nada más importante, ya no hay una razón por la que sonreír a la vida.
La distancia termina conmigo y los sentimientos, como hojas muertas del invierno, se los lleva el viento.
Deja tras de sí mi cuerpo como solar en venta.
Funeral interno. Susurros del pasado. Agonía en estado puro.
Pero no, mi alma no ha muerto.
Con tiempo y paciencia, siempre he salido de todo.
Tardaré más, tardaré menos, pero siempre, siempre, lo he hecho.
A veces por olvido, por propia convicción de que puedo hacerlo,
o por tener el corazón acorazado para evitar sufrir en ocasiones como estas.
Todo pasa.
Aunque a veces, decida aparecerse un recuerdo de la nada.
Me asombra el pensar que estoy viviendo ese momento como si estuvieras aquí de nuevo.
Volverte a sentir, y hacerme daño de nuevo.
Echarte de menos, mucho.
Vuelve a mí la triste realidad que me seduce, intentar olvidarte.
Y lo único que consigo es tenerte más presente sin estar.
No sé si será en esta vida o en la siguiente, pero no echaré de menos mi noche sin ti.
A/D