Este es aquel amor que conocimos antaño en nuestra vida;
éramos casi niños, hace ya mucho tiempo, cuando tu boca me enseñó la risa y tus labios el beso.
Este es el mismo amor;
viene de lejos, desde la adolescencia; cuando en la tuya conoció mi mano el dulce entrelazarse de los dedos y abrió la noche entre su cielo oscuro la blanca floración de los luceros.
Este es el mismo amor, cuando jóvenes éramos y yo aprendí en la noche de tus ojos la vigilia y el sueño.
Recuerdo aquel amor, el de turbada soledad y silencio; el que marcó en la luz de los cocuyos el camino del pueblo.
El que nos embriagó con su perfume en los frutos del huerto, el que nos enseño toda blandura sobre el musgo pequeño.
¿Lo recuerdas amor?
Desde tus brazos contemplé la noche hasta aclarar el cielo; la luna se apagó, brilló la aurora, y recuerdo con qué deslumbramiento vieron nuestras pupilas sombradas brotar el sol sobre los campos nuevos.
Hace ya mucho tiempo, supimos la ternura de la hierba bajo los pies traviesos, aprendimos la música del agua de su sonido fresco. Escuchamos el mar, vimos el viento, gozamos del arrullo, del aroma, y del amor de todo el universo, cuando puros, amantes exaltados nos enseñó la vida su misterio.
El agua, el sol, la brisa, la montaña; el libro del Señor estaba abierto y nuestros ojos ávidos e insomnes escrutaban el cielo.
Todo lo que es hermoso, lo aprendimos entonces. ¿Cuándo fue? ¿Cuándo, amado? En el amor sin tiempo... Ahora todo nos parece tan lejos... Vendrán los duros años de la vejez, amor, seremos viejos.
Toda nuestra verdad, será añoranza, desteñido recuerdo: el joven resplandor de las miradas, el encendido fuego de los besos. ¡Oh nuestro amor de antaño! quizá desde las venas apagadas de la vejez sin término, sintamos otra vez, entre suspiros, el indecible gozo de querernos.
Que viva el corazón para sentirlo, que guarde la memoria su recuerdo. ¡Vibrar de plenitud, vibrar de nuevo! Llevemos su existencia hasta la muerte que amarnos fue tan hondo y verdadero.