Un viejo tronco seco habrá en mi fuego, rebasará mi copa un viejo vino, un viejo libro para mi sosiego, un viejo camarada por vecino, un viejo perro fiel, con el que juego, mientras que, viejo, acabo mi camino. Y en esta mansa, idílica vejez, tal vez estarás tú, tal vez, tal vez.
Miro al atardecer tu chimenea exhalando la tenue bocanada de humo gris azulado, irguiéndose en sedosa filigrana. Es mensaje del fuego, pero con más benevolencia me habla. En torno al leño, en el hogar, crepitan, se cimbrean las llamas, fiero abrazo de amantes, que tal vez en la alfombra se entrelazan. El humo no lo cuenta, lo traduce a tímidas, ingrávidas palabras, ascendiendo en el aire, diminutas, sobre sus tenues, invisibles alas. Pero yo, que comprendo ese lenguaje, lo revierto a su túnica dorada, desnudándolo luego, y en su versión original me abrasa.
Yo estuve allí en un tiempo no lejano, y eran golpes de lanza, y surtidores de oro, reventando de gozo en tus entrañas. Yo entonces sólo dialogaba en fuego, no sabía del humo, de su danza sutil sobre la piel de los tejados, que hoy interpreto a golpes de nostalgia.
Me voy. El hilo de humo se retuerce cantando el testimonio de la estancia. Él es neutral, sedoso mensajero, y entiendo su noticia, pero hay lágrimas pugnando por brotar en mis cristales, mientras me alejo, errático fantasma que nadie reconoce, ni deja huellas, ni eco en sus pisadas.