Quiero dormir. Que nadie me despierte. He ensayado mi cuota de quimeras, y me quedé con aire entre los dedos y un laberinto absurdo en la cabeza. Utópicos proyectos no logrados, amores corroídos por la ausencia, sacrificios ahogados en olvido, cultivos de sudor, mas sin cosechas, y un camino muy largo hacia un Calvario, con la cruz a cuestas. He condenado todos mis diseños de vida, o alianzas, a la hoguera. Si alguien se detuviera ante mi casa, mercader de promesas, sepa que ya no compro; continúe a otro lugar, que no abriré la puerta. Los sueños, a la larga, fueron de humo, perdiéndose en la niebla. Quiero dormir, mas no soñar, aislándome de todo, de mí mismo, que aún me queman la piel tantos fracasos, y sus voces me hieren como piedras. Voy a cerrar los ojos, bloquear los oídos, que no duela ni pasado, presente ni futuro, en mí, y alrededor, sólo tiniebla. ¿Será la muerte así, total despego de cuanto fuimos, absoluta amnesia, y por eso le dicen irreversible, eterna? ¿O es tal vez sólo el túnel
desembocando en una patria nueva, puente sobre un abismo tenebroso, o barco que nos lleva a otra ribera? ¿A qué pensar en ello? Cuestiones filosóficas son éstas que a través de los siglos no encontraron unánime respuesta. Voy a dormir. Quietud, olvido, sombra, no sé por cuánto tiempo, en qué manera, mas quiero desligarme de la vida, de las ambigüedades a que juega, y al fin, un día, resurgir de nuevo, limpia el alma, la atmósfera serena, con la absoluta pulcritud del niño que a palpitar empieza.