Muy serio y poco comunicativo, unido a su altura, eso lo distanciaba de todos los demás. A pesar de tener un rostro atractivo
y vestir siempre impecable, venía de una familia acomodada. Hasta las chicas, algunas muy atractivas,
rehuían de su compañía, “por aburrido” decían.
Ese día miraba con atención los lindos grupos que se preparaban, y se decidió. Se acercó y me dijo, “Dígame Maestro ,
no habrá algo que yo pueda hacer?. Pregunté a los grupos y ya están completos y, la verdad, siempre quedo afuera”.
Pensé un momento y me acordé de Teresita y de las ancianas del asilo. “Sí”, le dije, tengo un trabajo para ti.
El domingo que viene te espero en mi negocio de la Frías Silva a las nueve de la mañana.
¿Tengo que llevar algo?” No, sólo ganas de ganar amigos”. Me miró extrañado y
me dijo, con su parquedad de costumbre, “allí estaré”, y se fue.
El domingo siguiente, estaba parado recto y erguido con su buena estatura, esperando mi llegada.
Mis empleados lo miraban, extrañados. Entramos, desayunamos todos juntos,
y extrañamente, ésa mañana, no llegó Teresita, a buscar sus cigarrillos.
Veinte minutos después, Esteban y yo estábamos en el asilo. Entramos, nos recibió la madre Mercedes,
una abnegada mujer a la que todo el barrio admiraba por su trabajo con las ancianas.
En la semana yo ya había hablado con ella, y sabedora de la misión de Esteban, nos recibió como
dos buenos amigos de visita. Pregunté por Teresita y me dijo que estaba enferma y con fiebre,
pero el doctor Reinoso, un vecino, ya la había atendido.
Llevé a Esteban hacia el extremo más retirado del saloncito, y la vimos.
Era Georgina. Una anciana muy solitaria y de mal genio que nunca hablaba con nadie, sólo
lo hacía si fuera absolutamente necesario. Delgada y de estatura mediana, siempre se sentaba
mirando hacia el jardín, con sus manos juntas en su falda y su espalda perfectamente apoyada en la silla.
Toda una dama, se notaba que su ropa era de una exquisita confección, de finas maneras, a la antigua.
Una monja me contó que supo ser dueña de una gran empresa que perteneciera a su marido y
que no tenía hijos. Los herederos de la empresa la internaron en el asilo, pagaban
una suma mensual para su manutención y se olvidaron de ella.
“Ahí está tu trabajo Esteban, estoy seguro que tendrás el éxito esperado, tienes que sentarte a
su lado y hablarle.¡”.” Y de qué!, me dijo asustado.” “Pregúntale como se llama, dile tu nombre,
cuéntale de tus estudios, tus proyectos y todo lo que se te ocurra, vamos, anda, inténtalo, yo me voy
a ver a una viejita enferma amiga y regreso enseguida”. Esteban me miró, le sostuve la mirada
y le dije con fuerza y convicción,¡¡”TÚ PUEDES, Y ELLA TE NECESITA”!! Y me fui. Llegué a la cama de Teresita
y la vi muy pálida y bastante desmejorada. Con ella estaba mi amigo y vecino, el Dr. Reinoso, vigilando
un suero que tenía colocado. Apenas me vio ella, me estiró su mano libre y apretó fuerte la mía,
mientras sonreía. Sin que la viera el médico, me hizo señas por los cigarrillos. Le puse cara de enojado,
cosa que no me cuesta mucho y le dije “hoy no, Teresita”. Puso una cara de bebota enojada(los ancianos
y los niños se parecen mucho en sus expresiones) y miró para otro lado. El Dr. Se despidió y me hizo
señas para que lo siguiera. “Ya regreso Teresita“, le dije, me miró y me gritó mientras me retiraba,”
¡No le creas nada de lo que te diga el Dr., No tengo nadaaaa!” El Dr. Me llevó al lindo y fresco jardín,
lleno de magnolias y malvones, que a pesar de las mañanas frías florecían casi todos.
Nos sentamos en unos fuertes bancos que donó una empresa de la zona. El Dr. Reinoso sabía el
asunto de los cigarrillos y cuánto yo apreciaba a esta vieja adorable. Me miró muy serio y me preocupé.
“Está muy enferma Miguel, tiene un cáncer muy avanzado y nada puedo hacer, salvo aliviarla.
Una angustiosa tristeza invadió mi alma, y pregunté, “es el cigarrillo?”. “No, no te preocupes,
sigue dándoselos, con moderación, no le quitemos sus pequeños gustos” ya le queda poca vida.
Cuando me dijo esto, así de golpe, el corazón me saltó en el pecho. Me agarré el cabeza,
profundamente conmovido. “Ella lo sabe, Miguel de hace tiempo, es una mujer con todas las letras
y no te dirá nada que te haga sufrir, te ama. Te ayudaré en lo que me pidas”, dicho esto, se levantó,
me abrazó y se fue. Me quedé sentado un momento y luego me volví a verla. Puse mi acostumbrada
cara de piedra y enojado le dije, ¡que sea la última vez que me grites, y menos me digas lo que tengo
que hacer”! te vengo a visitar y me haces enojar”. Me senté al lado de la cama. Prendí un cigarrillo
y se lo di para unas pitadas, se lo quité y le dije” aquí no podemos fumar,
la Madre se enojará conmigo cuando sienta el olor a cigarrillos”.
Se quedó quieta y en silencio, y luego noté sus cristalinas lágrimas que se deslizaban como
pequeños brillantes desde el mar de sus ojos, y se depositaban en sus
venerables arrugas. Me miró, y una tenue sonrisa se dibujó en su rostro.
Aún con mi cara de piedra le devolví la sonrisa, secándole las lágrimas, pero destrozado por dentro.
Creo que intuía que el Doctor me había informado de su enfermedad. “Te dejo un cigarrillo si me
prometes fumarlo en el patio”. Se le iluminó el rostro, me sonrió, me tomó la cara suavemente,
y me estampó un sonoro beso, con su boquita bien pintada, como siempre.
Ésta fue la última vez que la vi con vida, a mi querida amiga Teresita. Me despedí de
ella besándole la frente, note que tenía fiebre, y me fui a ver a Esteban.
Sentado en un banquito pequeño, para estar a su altura, intentaba hablar con Georgina, sin resultados.
Se callaba por momentos, luego intentaba de nuevo y siempre le respondía
el silencio. A veces lo miraba casi diría con fastidio.
Sonriendo, me fui a mi trabajo. Cerca del mediodía pasó por mi negocio diciéndome, “Imposible,
no quiere hablar de nada”, le contesté “muy bueno tu trabajo, Esteban, ya sabes de lo que no quiere
que le hables, el próximo domingo intenta con otra cosa” Me miró con cara de asco, como si le pidiera
un imposible, pero con respeto, y muy serio, me dijo” allí estaré”. El jueves a la madrugada sonó el
teléfono en casa, era el Dr. Reinoso. Lacónico me dijo, “murió Teresita, Miguel, puedes venir? Asentí
y lo más rápido que pude estuve allí. Entre los amigos del barrio, compramos
y pagamos lo necesario y le dimos cristiana sepultura.
Esta divina viejita nos dejó enseñanzas para toda la vida, fundamentalmente
el ejemplo de su enorme amor
al prójimo, que aun sintiéndose enferma, salía todas las mañanas a buscar lo que sus amigas necesitaban
y la amistad sincera y verdadera que nos dejó su recuerdo. Aún hoy mis viejos amigos y yo la recordamos.
También me contaron que Damián, el carnicero de la esquina, y Héctor,
el distribuidor de azucares, les llevan flores frescas al Cementerio.
Y llegó el domingo. Esteban pasó temprano por el negocio y se fue al asilo. Esperé un par de horas
y me fui a ver como seguía el diálogo mudo. Y así pasaron dos domingos más sin novedad. En el
domingo siguiente no lo vi pasar a Esteban y me sentí un poco decepcionado, pensando que Georgina
le había ganado por cansancio. A media mañana me llegué al asilo, me quedaba muy cerquita, desde
el mostrador sobre la calle Frías Silva podía ver su puerta de entrada. Cuando entré, tuve una sorpresa extraordinaria.
Yo sabía que Esteban tocaba muy bien cualquier instrumento de cuerda, y lo vi.
Estaba sentado cerca de la ventana con una hermosa arpa y la tocaba con el alma, como si ése fuera s
u último y desesperado recurso de comunicarse con su viejita, que estaba aprendiendo a querer, a
su inconvencible Georgina. Lo rodeaban casi todas las ancianas y las monjitas, deleitándose
con los hermosos acordes que Esteban arrancaba al bello instrumento.
Por primera vez, vi que Georgina lo miraba alternativamente al instrumento y a Esteban. Incluso llegué
a observar por un momento que llevaba el ritmo de la música con sus dedos, finos y largos.
Cuando Esteban paró de tocar, todos aplaudíamos la hermosa música que habíamos escuchado, y sucedió
lo extraordinario. Georgina se levantó de su silla por primera vez, se acercó a Esteban y le habló
“Joven Esteban, ves estas manos? Bueno, con ellas toqué el piano desde chiquita, me enseñaba mi madre”.
Todos estábamos más que mudos, guardábamos el más absoluto silencio, y mirábamos a Esteban,
el artífice del milagro. Pero éste con mucha calma le contestó, “Qué lindo señora, a mí también comenzó
enseñándome mi madre” y ella, con sus finas maneras, le contestó, “Esteban, no me llames señora,
ten la amabilidad de llamarme Georgina, por favor. “Con mucho gusto Georgina. Le pediría, si usted
tiene alguna partitura, tal vez, si usted me lo permite, podríamos adaptarla
a mi arpa, y por qué no, interpretarla juntos, ¿Qué le parece?”.
Yo, que conocía a Esteban, sabía que había puesto toda
su alma y sus esperanzas en ésa pregunta.
“Si, guardo una carpeta en mi habitación, ten la amabilidad de acompañarme. “Cómo no señ….
perdón, Georgina”. Y se fueron juntos y ¡del brazo! Cuando pasó Esteban por delante de mí, recibí
la segunda gran sorpresa del día, ¡¡¡sonreía!!! Y me guiñó un ojo, mientras conversaba con
Georgina. Y, por lo que sé, fue su gran amiga, que vivió alegre y contenta varios años más.
Inmediatamente supe que éste, Esteban, sería un hombre exitoso y no me equivoqué. Hoy, Esteban es el
CEO de una Empresa Internacional de Comunicaciones con sucursales en Argentina.
Cuando viene a la Provincia, me visita y siempre me trae algunos buenos Malbec de Chile.
Estaba muy contento, rebosábamos de alegría las ancianas, las monjitas. Todos. Tres semanas después,
vi llegar la camioneta de Elio, italiano de pura cepa, otro amigo y vecino, pero de muy mucha fortuna.
Manejando él la camioneta de reparto de su empresa, cosa rara en él, su empresa contaba al menos con
cincuenta empleados, se detuvo al frente del negocio. Con su vozarrón de italiano campechano,
me gritó ¡¡Miguel, “ángel de la guarda de las viejas”, préstame algunos de tu empleados, tenemos
que descargar un viejo piano que está en desuso en mi casa y que a mi mujer se le ocurrió donarle al asilo,
y si no lo hago, me mata. Seguro que fue idea tuya, cabrón.”!! Dos horas después el piano estaba en el asilo
y el profesor Gelman, otro vecino, trajo un afinador. Y así, se transformó en una tarea normal de los
domingos en el Club Leo (así se los llama a los jóvenes Leones) visitar el asilo de las viejitas.
Y se fueron sumando. Pasaban todos por el frente del negocio.
Y llegó la primavera y los días lindos de sol. Las veredas y las ventanas se llenaron de colores,
el hermoso parque Avellaneda, muy cerca del negocio, era un vergel de verde y con todas las aromas y colores.
Un domingo cualquiera veo venir del asilo una caravana de personas, hasta que llegaron a la esquina
del negocio. Esteban, al frente del grupo, llevando de la mano a su amiga” Georgi” como él la llamaba,
y todas las otras ancianas, acompañadas por el resto de los jóvenes. Todos con bolsos, mochilas,
guitarras etc., y tres monjitas. “ A donde van señoritas? “Pregunté. Georgina se acercó a besarme y
me dijo, frotándose las manos con picardía, como una niña dispuesta a
cometer una travesura.” Esteban nos lleva al parque de picnic y de paseo”.
Días después, recibo un llamado telefónico de mi amigo Héctor, un distribuidor de azúcar vecino
del barrio, y me dijo, “Quiero que dispongas de un par de horas esta tarde para que me acompañes,
te pasaré a buscar por tu casa a las dos de la tarde”, y cortó, el muy maldito, no me dejó preguntarle
nada. Suponía que su trato se debía a que su señora había estado embarazada y por causas que
desconocía, corrían peligro en el parto la madre y él bebe. Pero
el parto se produjo sin problemas y su familia estaba muy contenta.
Pasó a buscarme y salimos a la carretera. Pregunté, “a dónde vamos?” “Al Cementerio de Tafí Viejo”
“a ver a tus padres? “No, a Teresita “y no dijo nada más. Me acomodé en el asiento hasta que llegamos
media hora después. A los amigos no nos hace falta estar hablando tonteras, nos basta con estar juntos.
Fuimos directamente a la tumba de Teresita. Allí había dos diestros albañiles, ultimando los detalles de
una linda loza, y un herrero colocaba una hermosa cerca alrededor de la tumba. La verdad quedé muy
sorprendido por todo lo bello que quedó la tumba y la pregunté a que se debía lo que había hecho solo,
los amigos podríamos haberlo ayudado. Se sentó a la sombra de un Siempre Verde y me contó.
“Cuando estaba sentado a la madrugada solo, ése día tú estabas en Chile, en el Sanatorio, con mi mujer
próxima a parir y no sabíamos cuánto tendríamos que esperar, y con el riesgo que corrían las dos,
estaba desesperado, con mis manos sostenía mi cabeza baja para que no se notaran mis lágrimas”.
“Sin saber de dónde, apareció una niñita como de ocho años, se acercó a mí, me acarició la cabeza,
la miré sorprendido, me miró con sus hermosos ojos azules como el cielo y sonriendo me entregó
una hermosa y pequeña flor celeste de esas que crecen en medio de las matas del campo, pero era muy linda.
Me acarició la cara y me dijo” Te la regalo para que tengas suerte”. Sonriendo y saltando con su pollerita floreada
y primaveral volando al viento ,se fue como vino. Y sabes? Inmediatamente me acordé de Teresita.
No sé si será casualidad pero tenía sus mismos ojos, su misma alegría y la costumbre de regalar una flor.
Entonces rogándole con todas mis fuerzas, le pedí a nuestra amada viejita ayuda para mi señora y mi futura hija.
Y bueno, aquí estoy con mi mujer perfectamente y mi hijo también. Nosotros queríamos una nena, pero yo
no tengo dudas que ella sabía que sería un varón, por eso me mando una flor celeste”.
Lo único que se me ocurrió fue abrazarlo, para calmarlo, porque lloraba sentidamente.
Vino un jardinero que había contratado, y le puso un sinfín de Alegrías del Hogar, unas bellas y pequeñas
flores perennes, alrededor de la cerca colonial de la tumba de Teresita. Héctor pagó los trabajos y nos fuimos.
Y llegó el verano. En mi Provincia, mediterránea, hace mucho calor en verano, pero es muy bella.
Por su frondosa vegetación de flores y arboles multicolores. Por ese motivo la llaman el “Jardín de la República”.
Yo tengo plantados en la vereda del negocio de Frías Silva, ocho enormes arboles de Alcanfor
que rodean toda la esquina con su sombra perfumada y fresca.
No siempre estoy en este negocio, y justamente hacia un par de semanas que no venía. Después del desayuno
de ese domingo, Miguel Ángel, hombre de mucha confianza y honesto, trabajó más de treinta años conmigo,
me muestra un lindo cartel que hicieron los muchachos del negocio, y que habían dibujado y colocado en
una de las vidrieras, que decía que ése día a las diez de la mañana, un conjunto musical llamado “La Georgi”
ofrecería un espectáculo en el asilo. Entrada gratis, sólo había que llevar algo útil para el asilo, por más pequeño
que sea. Miré el reloj y partí apurado. El recuerdo de ese día me emociona, vi a jóvenes con colchones, otras
personas con sillas usadas en buenas condiciones y otras muchas personas con alimentos, ropa de cama etc.
Mi amigo Elio, el gran empresario, se encargaba de acomodar a la gente en el hermoso patio sombreado.
Éste buen amigo de gran corazón, aunque lo disimula muy bien, había alquilado 50 sillas (resultaron pocas) que
los chicos las acomodaron bajo una improvisada tarima que construyeron los empleados de su empresa constructora.
Arriba de la tarima estaba el piano, brillante, afinado y bien lustrado y otros instrumentos. Elio organizaba todo con
su acostumbrado vozarrón y rebosaba de contento, mientras ordenaba a su gente
que acomodara las donaciones en diferentes lugares.
Todos los jóvenes se acercaron a saludarme lo mismo que las monjitas, y luego vino Elio, impecable con su camisa
y pantalón blanco tarareando y bailando alegremente una canción de su amada Italia, y el muy maldito me dio un
sonoro beso en la mejilla, y me dijo despacito, entre sonrisas, de pasada. “Eres genial, vecino. Si fueras mujer,
me casaría contigo “y lanzó una sonora carcajada. Y comenzó la música, los chicos tocaban
folklore y música popular, que los vecinos aplaudían a rabiar.
Hasta que llegó el momento de la atracción central.
Del brazo de Esteban, Georgina subió a la tarima y se sentó en el piano. Esteban se acomodó al lado
con su hermosa arpa. Se miraron, disimulando una sonrisa y comenzaron a tocar. Las manos de Georgina
como palomas en vuelo, acariciaban las teclas del viejo piano, interpretando “Para Elisa”. Cuando comenzó
a tocar, se hizo un silencio absoluto entre las presentes, que miraban más que sorprendidos a Georgina,
peinada con una larga y hermosa trenza de su cabello de nieve que se deslizaba en su hombro, cubierto con
una especie de capa de gasa negra, antigua pero muy elegante. Estaba hermosa, sus amigas la habían
maquillado, pero su belleza era el reflejo de su alma, liberada a la alegría por el amor de su amigo Esteban.
Terminó de ejecutar su canción preferida y se levantó para saludar, sostenida por Esteban en medio de
ensordecedores aplausos y muchas lágrimas espontáneas que brotaban de los humildes obreros y de
los más encumbrados empresarios y profesionales. Subió Elio a la tarima con un bello ramo de rosas
y margaritas y se lo entregó a Georgina ¡enorme italiano de cuerpo y corazón!, abrazaba a la menuda
artista como si se tratara de un frágil cristal, mientras su alegría inmensa
se reflejaba en un mar de lágrimas de sus profundos ojos celestes.
Miré hacia la puerta y vi que, tímidamente, muchos vecinos que habían
escuchado la música, se acercaban y se acomodaban en el patio.
En ese momento, Georgina se dirigió a Esteban, y le habló.
Lo abrazó amorosamente, se quitó un anillo de su dedo, y dijo” este anillo era de mi amado esposo,
y quiero regalártelo a ti, siempre pensé regalárselo a el primer hijo que nunca tuve, pero Mi Virgen
Amada me regaló la dicha de tenerte en mi vida, hijo querido”. Esteban lloraba como un niño,
inconsolable, me buscaba con la mirada entre el gentío para preguntarme que hacía, era un anillo
de compromiso de oro puro y grueso. Desesperado, me subí a la primera silla que encontré y le hice
señas que sí. Esteban me vio, se sacó una cadenita de oro con una cruz y colocó el anillo en ella,
besó a Georgina y a la cruz y el anillo y se lo colgó en su cuello, llorando
sin consuelo. Creo que nadie pudo abstraerse de tantas emociones juntas.
Estaba tan emocionado que casi no me di cuenta que Héctor y Elio se acercaron a mi lugar entre la
gente y prácticamente alzándome me subieron a la tarima. Héctor dijo “No se los presentaré, ustedes
lo conocen, solo quiero decirles que él fue el artífice de este día de alegría”. Un prolongado aplauso
recibió las palabras de mi amigo. Yo, con mi acostumbrada cara de piedra,
conmovido casi hasta las lágrimas, sólo pude decir” gracias”.
Y la alegría y la música siguieron repitiéndose, una vez por mes.
Eran tantas las donaciones que se recibían, que Elio y su esposa formó una Cooperadora con su Junta
Directiva, que se encargaba de hacer llegar a algunas villas carenciadas cercanas del vecindario, la ayuda que podía.
Y así fue. SIGUEN FOTOS