Puede pasar muchas veces.
Creerás en una persona, creerás que es tal cual la estás imaginando, pero ella tiene su propia forma de ser, y, aunque tenga toda la mejor intención del mundo, se mostrará tarde o temprano, tal cual es. No porque se estuviera ocultando, sino porque el transcurrir de la vida la irá mostrando. Porque aunque fuera una persona buena, es como es, y no como tú quisieras que fuera. Lo mismo pasa contigo, y esperas con todo tu corazón que te vean tal cual eres, y quizás, defraudes, sin querer. Porque la otra persona se hizo otra imagen de ti, o porque mostrarte tal cual eres, no cabe en su ilusión.
¿Qué harás entonces si creíste en alguien? ¿Qué harás si sientes que has dado rosas y te pueden devolver espinas? ¿Qué harás si sientes que has sido honesto y que la otra persona no supo ver tu honestidad?
A cada momento en este peregrinar, te encontrarás con personas que parecieran comulgar con tus mismos intereses del corazón, con las cuales te entusiasmará estar en contacto, a las cuales llegarás a apreciar y desearás amar. Pero puede pasar que ellas te desilusionen, que tú sientas como si la relación ha fracasado, como si no fuera posible creer, como si la decadencia general en la interacción fuera pan de todos los días. Puedes sentir que en un mundo en que todo parece moverse en un círculo de farsa, no es posible ser sincero, ser honesto.
¿Qué harás cuando te sientes desheredado del sentimiento fraternal o amoroso que has intentado ofrecer?
Respirar hondo, apretujar el corazón, enjugar la lágrima que pugna por saltar, y agradecer a Dios, al Cosmos, porque has tenido una oportunidad más para creer, una oportunidad más para amar.
Aceptar es la mágica palabra. Y seguir creyendo, seguir amando. Y seguir esperanzado en que las relaciones interpersonales se harán más blandas, más sinceras, más honestas. Y si otra relación así se presentara, poner el alma, poner el cuerpo, y seguir dando.