El material del que está hecha la vida
es el tiempo.
Aquí se dan consejos para su sabia administración y disfrute.
Nuestra vida se extiende mucho para quien sabe administrarla bien.
Nada puede ejercitarse bien por un hombre ocupado,
ni la elocuencia, ni las artes liberales,
pues cuando un espíritu es distraído,
no cobija nada muy elevado,
sino que todo lo rechaza como si fuese inculcado a la fuerza.
A los hombres más poderosos,
los que están situados en altos cargos,
se les escapan palabras en las que anhelan el descanso,
lo alaban, lo prefieren antes que a todos sus bienes.
Hay que suavizar todas las cosas y hay que sobrellevar todas con buen ánimo.
Aquel que dedica todo el tiempo a su propia utilidad,
el que dirige cada día como si fuese el último,
ni suspira por el mañana, ni lo teme.
Debe conservarse con sumo cuidado lo que no se sabe cuando va a faltar.
El mayor impedimento para vivir es la espera,
porque dependiendo del mañana se pierde el hoy.
Este camino de la vida, contínuo y apresuradísimo,
que, en vela o
dormidos, recorremos al mismo paso,
no es visible a los hombres ocupados sino hasta que han llegado al final.
Es propio de una mente segura y tranquila el recorrer todas las
partes de su vida.
Los espíritus de las personas ocupadas,
como si
estuviesen bajo un yugo, no pueden volver, ni mirar hacia atrás.
El tiempo presente sólo pertenece a los hombres ocupados,
el cual
es tan breve que no puede atraparse,
y este mismo se les sustrae,
turbados como están en sus muchas ocupaciones.
Hay que ser indulgentes con el espíritu,
y hay que darle descanso
una y otra vez.
Autor: Séneca