Ficha Bibliográfica
Militar venezolano, Libertador de América (Caracas, julio 24 de 1783 Santa Marta, Colombia, diciembre 17 de 1830). Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, el más completo de los americanos, libertador por antonomasia, creador de Bolivia, fundador de la primera Colombia, héroe máximo de la independencia de seis repúblicas de hoy, no nació ni pobre ni revolucionario, sino en una cuna aristocrática (mantuana), dueño de una rica fortuna entonces representada por minas, haciendas cacaoteras y cientos de esclavos, y en circunstancias tan distanciadas de la insurgencia de los pueblos, que bien pudo ser un representante del poder colonial español y un desalmado explotador del pueblo, pero su desinterés, inteligencia y rebeldía hicieron que, a la vuelta de pocos años y después de unas cuantas decisiones radicales, se pusiera a la cabeza del más profundo y vigoroso movimiento insurreccional llevado a cabo en el sur de América. Hijo del coronel Juan Vicente y de María Concepción, Bolívar quedó huérfano de padre cuando tenía tan sólo dos años y medio (1786), y de madre a los nueve (1792); vivió con su abuelo materno Feliciano Palacios, y a su muerte, quedó al cuidado de su tío y tutor Carlos Palacios. A los 12 años, en julio de 1795, mostró tempranamente su rebeldía, al huir de la casa del tío para vivir con su hermana casada María Antonia, donde tampoco pudo tener paz, no obstante el cariño que mutuamente se profesaban. Se le envió entonces a vivir a casa del maestro de' primeras letras, el jacobino socialista Simón (Carreño) Rodríguez (17711854), hombre de cultura política avanzada que mucho influyó en la educación del futuro Libertador.
Pero Simón Rodríguez, como se quiso llamar él mismo, se fue de Caracas en 1797. Otro ilustre caraqueño, Andrés Bello (1781-1865), le dio clases de historia y geografía, y el padre capuchino Francisco Andújar le enseñó matemáticas. Todos ellos iniciaron la formación elemental de Bolívar, pero en gran medida se le puede considerar como hombre de cultura autodidacta. Muchos creen que la vocación del joven Bolívar era el ejercicio de las armas, porque antes de los 14 años había ingresado como cadete en el batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, del que tiempo atrás había sido coronel su padre. Pero esa educación de miliciano era común en la época, cuando no había otra opción distinta que los seminarios religiosos. A comienzos de 1799 fue enviado a Madrid, donde otros tíos. Esteban y Pedro Palacios se encargaron de afinar su educación, puliéndola en extremo. El cambio fue tan rápido que si se le compara con la redacción y ortografía de la primera carta autógrafa que Bolívar escribió a su paso por México, en viaje a España, no deja de sorprender por la diferencia tan notable que revela. Ese refinamiento se le debe en parte al sabio marqués Jerónimo de Ustáriz y Tobar, caraqueño avecindado en Madrid, que se encargó de darle a Bolívar, entre los 16 y 19 años, la educación de un cortesano: amplio conocimiento de la cultura clásica, literatura y arte, francés, esgrima y baile. La frecuente asistencia a fiestas y saraos, la versátil pero vanidosa vida de las altas clases sociales, bien pudieron absorber al inquieto, simpático y rico americano en Europa. En Madrid conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza (1781-1803), de quien se enamoró profundamente. Se casaron en 1802, no obstante la juventud de los dos, ella de 21 y él un poco menor, de 19. Su proyecto de vida era el propio de un heredero de ricas haciendas: fundar un hogar, tener hijos, acrecentar las propiedades. Pero la suerte les dio otro destino, porque a los pocos meses de llegados a Venezuela, María Teresa murió de fiebre amarilla. Fue el único matrimonio de Bolívar, y a lo largo de su vida fue fiel a su promesa de no volverse a casar, pero amó, y con frecuencia, a otras mujeres. La vida de Bolívar entre 1802, antes de su matrimonio, y 1806, está caracterizada por el despilfarro y la banalidad. Los placeres de la vida fácil en Europa para quien es rico y los mil atractivos del esplendor napoleónico pudieron fascinar a Bolívar por un tiempo, el suficiente para hartarse. Pero no todo el tiempo. Hay constancia de sus críticas ponzoñosas al boato del Consulado y a la corrupción que se adueñaba de París, de su deseo de hacer algo útil por su patria, así fuera dedicarse a las ciencias físico-químicas, y del trato no muy frecuente pero suficiente con sabios como el barón von Humboldt, Aimé Bonpland y otros, lo que demuestra que a la par que Bolívar se divertía con holgura, también maduraba proyectos superiores. Estando en Roma un día de agosto de 1805, en el Monte Aventino juró, ante su maestro Rodríguez, regresar a América y prestarle apoyo a la lucha armada. Por entonces muchas ideas políticas de avanzada ya eran del dominio público: la república electiva, la igualdad ante la ley, la abolición de la esclavitud, la separación de la Iglesia y el Estado, la tripartición de poderes, la libertad de cultos y el derecho de gentes (los derechos humanos) constituían, por así decirlo, el consenso americano, pero faltaba quien hiciera realidad, acto de gobierno, todo ese proyecto liberador. Y era imposible hacerlo en una colonia, puesto que no se trataba de cambiar de rey, sino de abolir la monarquía; ni de discutir los yerros de la dominación española, sino de imponer la soberanía del pueblo. Por todo eso se debía hacer la guerra. A fines de 1806, al saber que Francisco de Miranda (1750-1816) se dedicaba a fomentar la guerra en Venezuela, Bolívar decidió regresar, y después de un recorrido por Estados Unidos, llegó a su patria a mediados de 1807.
Se inicia proyecto campaña admirable
Es verdad que Bolívar regresó a Venezuela para administrar sus fincas, pero también es cierto que en las reuniones que se llevaban a cabo en su quinta de recreo, a orillas del río Guaire, más que tertulias literarias se tramaban conspiraciones. Por eso al estallar la chispa insurreccional en Caracas, el 19 de abril de 1810, cuando el pueblo desconoció al gobierno colonial de Vicente Emparán, Bolívar, en compañía de Andrés Bello y Luis López Méndez, fue nombrado por la junta revolucionaria comisionado ante el gobierno británico, con la exacta instrucción de convencer al ministro de Asuntos Exteriores, Lord Wellesley, de apoyar la insurrección caraqueña. En diciembre de 1810 regresó Bolívar a Caracas con pocos triunfos diplomáticos, porque el gobierno inglés, aunque simpatizaba con los actos independentistas de los americanos, como una manera de socavar la hegemonía española en este continente, estaba unido a España por un tratado de alianza. Mientras tanto, Bolívar había convencido a Miranda para que lo acompañara en un nuevo esfuerzo por consolidar la independencia de su patria. En 1811 Bolívar, con el grado de coronel que le concedió la Sociedad Patriótica de Caracas y bajo las órdenes de Miranda, contribuyó a someter a Valencia, que no obedecía a la Sociedad, y en 1812, a pesar de sus esfuerzos por defender la plaza de Puerto Cabello, a él confiada, no logró evitar que cayera en manos de los realistas debido a una traición. Desilusionado ante la rendición del generalísimo Miranda ante el jefe español Domingo de Monteverde, pero deseoso de continuar la lucha, Bolívar decidió, en unión de otros jóvenes oficiales, apresar a Miranda. Aunque Bolívar no lo entregó a los españoles, otros sí lo hicieron, y el infortunado precursor fue embarcado preso hacia Cádiz, donde murió poco después. Todos perdieron aquella vez, y Bolívar apenas logró un salvoconducto para emigrar, gracias a su amigo Francisco Iturbide. Se trasladó a Curazao y luego a Cartagena de Indias, donde escribió uno de sus más célebres documentos, la "Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño", conocido también como Manifiesto de Cartagena (diciembre 15 de 1812). Allí se opuso a la copia acrítica de fórmulas políticas buenas para «repúblicas aéreas», criticó el federalismo como inadecuado para los nuevos Estados emergentes, sugirió la formación de un ejército profesional en vez de milicias indisciplinadas, proclamó la necesidad de centralizar los gobiernos americanos y propuso una acción militar inmediata para asegurar la independencia de Nueva Granada, consistente en reconquistar a Caracas, que era, a su sentir, la puerta de toda la América meridional. Propuso, en fin, pasar a la ofensiva estratégica.
En la práctica, esa fue la campaña que de inmediato llevó Bolívar a cabo con éxito notable, acrecentando su prestigio de supremo director de la guerra. Así pues, a la cabeza de un pequeño ejército, limpió de enemigos los márgenes del Magdalena, ocupó en febrero de 1813 a Cúcuta, y en sólo 90 días, entre mayo y agosto, liberó a Venezuela en una rápida y fulgurante sucesión de batallas. Por eso esta campaña recibió el nombre de Admirable y Bolívar fue aclamado por vez primera como Libertador, título oficial que le concedió la ciudad de Caracas en octubre de ese año y con el que será universalmente reconocido. Casi a la vez, ocurrió otro suceso memorable: en junio, al pasar por Trujillo, Bolívar decretó la guerra a muerte, con lo que consiguió solucionar el problema fundamental en toda guerra, que es hacer el deslinde político-ideológico entre amigos y enemigos y sentar un elemental principio de identidad nacional y de clase. Afirmó que eran americanos los que luchaban por su independencia sin importar país de nacimiento ni color de la piel; y que eran enemigos los que aunque nacidos en América, no hicieran nada por la libertad del Nuevo Mundo. Con ese decreto, tan vituperado incluso por bolivarianos de nota, Bolívar logró separar, tajantemente, los dos campos, evitando el apoyo que mantuanos y hacendados criollos daban a los realistas; creó condiciones para la guerra de todo el pueblo, en la que nadie podía permanecer indiferente; y atrajo a llaneros, cimarrones, indios y esclavos al ejército patriota. En el decreto de Guerra a Muerte está el secreto de la Campaña Admirable, que es, a su vez, la clave de la libertad de Venezuela. Sin embargo, el establecimiento, por segunda vez, de la república en Venezuela no duró mucho tiempo. A pesar de triunfos en batallas como las de Araure, Bocachica o la primera de Carabobo, y de resistencia, heroica como la defensa de San Mateo, Bolívar en el occidente del país y Santiago Mariño en el oriente se vieron obligados a cederle el terreno al sanguinario asturiano realista José Tomás, Boves (1782-1814), quien al vencer a los patriotas en el combate de La Puerta (junio de 1814), los obligó a evacuar la ciudad de Caracas. Se produjo, entonces, la patética emigración de veinte mil habitantes hacia Barcelona y Cumaná huyendo de la persecución de Boves. Con otros oficiales, Bolívar logró escaparse a Cartagena otra vez, donde podía hallar refugio y renovados apoyos. Cuando todo parecía llegar a su fin, derrotado y desconocido por sus antiguos partidarios, Bolívar lanzó en Carúpano (septiembre de 1814) un manifiesto lleno de serenidad, con la mira puesta en el futuro, superando las aciagas circunstancias momentáneas. Propuso algo más que la independencia, que es la libertad, se declaró culpable de los errores cometidos pero inocente de corazón, y se sometió al juicio del Congreso soberano: «Libertador o muerto dijo- mereceré el honor que me habéis hecho, puesto que ninguna potestad humana podrá detenerme hasta volver segundamente a libertaros».
Carta de Jamaica (1815).
Al servicio de la Nueva Granada, Bolívar recibió la orden del Congreso de ocupar la provincia disidente de Cundinamarca para incorporarla a las Provincias Unidas. Cercó entonces a Bogotá, la que pese a la excomunión eclesiástica, logró tomar sin derramamiento de sangre.
De esta manera, en enero de 1815, se pudo trasladar el Congreso de Tunja a Santafé. Enseguida partió el Libertador a Santa Marta, pero en Cartagena se encontró con la hostilidad de Manuel del Castillo, que aunque del ejército patriota, abrigaba de tiempo atrás resentimientos contra Bolívar. Bolívar había decidido poner sitio a Cartagena, pero desistió para evitar el enfrentamiento armado que hubiera sido el comienzo de una guerra civil cuando más se necesitaba la unión, porque se acercaba la reconquista española de Pablo Morillo, al frente de 15 mil veteranos. Bolívar emigró a Jamaica, el 14 de mayo de 1815. Ante tan desesperada situación, Cartagena, asediada por Morillo, proclamó en octubre su anexión a Inglaterra en busca del apoyo británico. El duque de Manchester, gobernador de Jamaica, hizo caso omiso de la solicitud cartagenera. Bolívar se dedicó en Kingston a una intensa campaña publicitaria en The Royal Gazette. Escribió varias cartas públicas a comerciantes ingleses, describiendo la situación de América en su conjunto, con realismo, ecuanimidad y clarividencia, a tal punto que todo lo allí indicado se cumplió cabalmente a lo largo del siglo XIX.
Por eso han sido llamadas proféticas esas cartas, en especial la firmada el 6 de septiembre de 1815, dirigida a Henry Cullen, "Contestación de un americano meridional a un. caballero de esta isla" Nuevamente la estrategia integracionista de Bolívar para hacer de América una respetable «nación de repúblicas» tuvo aquí su presencia. Otra carta firmada por "El Americano", menos conocida, es una vívida descripción y diagnóstico de la plural identidad latinoamericana, con fundamento en su diversidad étnica. Tal vez en la vida de Bolívar no hubo otro año más desastroso que 1815, pues no sólo se vio exiliado y sin recursos, sino que fue víctima de un intento de asesinato a manos de su antiguo criado Pío, sobornado por los agentes de Salvador de Moxó, gobernador realista de Caracas. Se trasladó entonces a la República de Haití, donde su presidente, Alejandro Pétion, le proporcionó magnánima ayuda con la condición única de que otorgara la libertad a los esclavos negros. A1 poco tiempo salió de Los Cayos una magnífica expedición al mando de Bolívar, que llegó en mayo de 1816 a la isla de Margarita y tomó Carúpano por asalto. Bolívar decretó el 2 de junio la libertad de los esclavos. Ese mismo año retornó a Haití, donde se pertrechó por segunda vez y volvió a la carga. A comienzos de 1817 encontramos a Bolívar en Barcelona, trabajando para hacer de la provincia de Guayana un bastión en la liberación de Venezuela: había comprendido que debía hacerse fuerte donde el enemigo es débil y modificar la estrategia de ocupar las principales ciudades costeras. De esta manera, en julio tomó la capital principal, Angostura (hoy ciudad Bolívar); en octubre organizó el Consejo de Estado, y en noviembre el Consejo de Gobierno, el Consejo Superior de Guerra, la Alta Corte de Justicia, el Consulado, el Concejo Municipal, y dio pasos para editar su propio órgano de prensa, El Correo del Orinoco, que apareció en junio de 1818.
En aquella época no sólo se le oponían los españoles: también uno de sus generales, Manuel Piar, quien prevalido de su segundo nivel jerárquico y de ser negro, trató de resucitar la guerra de razas de la época de Boves, aunque esta vez en el espacio republicano: Bolívar lo paró en seco, y ante su deserción, ordenó su prisión y juicio. Piar, lamentablemente, fue condenado al fusilamiento por el Consejo de Guerra, sentencia que se cumplió el 16 de octubre, consolidando, a tan alto precio, la autoridad de Bolívar y evitando así una inaudita guerra de razas.
Campaña Libertadora Batalla de Boyacá (1819)
El año siguiente fue dedicado a la planeación de una gran estrategia libertadora. Ahora, ya arraigados los patriotas en el oriente venezolano, con el Orinoco como vía regia para comunicarse con los proveedores de armas y hombres del exterior con los llanos del Apure al centro y la selva virgen a la espalda, se podía diseñar una campaña a mediano plazo. Bolívar logró sorprender a Morillo en Calabozo, aunque los patriotas perdieron la batalla en Semén. En Rincón de los Toros una patrulla realista casi descubre a Bolívar, y se salvó por un golpe de suerte. Pero estas eran contingencias de la guerra. Lo principal era que se tenía una gran base patriota y que se había revertido la geografía de la revolución, cuando en 1814 los realistas eran dueños de los llanos y las selvas y los insurgentes de las costas y ciudades. La nueva estrategia, pues, daba sus frutos. En febrero de 1819 Bolívar convocó y logró reunir un congreso en Angostura, donde pronunció un discurso considerado después como el más importante documento político de su carrera de magistrado. Presentó también un proyecto de Constitución. Mientras tanto, uno de sus generales, Francisco de Paula Santander (1792-1840) había organizado un considerable ejército en los llanos orientales neogranadinos. A su vez, el general llanero José Antonio Páez (1790-1883), que le juró obediencia, había levantado un temible ejército de lanceros. En circunstancias diferentes los dos habían dado pruebas de fuerza, éste de valor temerario y aquél de meticulosa preparación. Por ejemplo, en Las Queseras del Medio, Páez había sido rodeado por Morillo, quien tenía cerca de seis mil soldados, mientras él sólo tenía unos cuarenta jinetes; atrajo a mil soldados realistas llano adentro aparentando retirada, y cuando los españoles le daban alcance Páez gritó «¡Vuelvan caras!»; los terribles lanceros le hicieron a Morillo 400 bajas entre muertos y heridos, provocando la desbandada realista (abril de 1819). A su vez, Santander, con inacabable paciencia, había entrenado en Casanare y en pocos meses, un ejército de alrededor de 1300 soldados.
En mayo de 1819, Bolívar le confió al vicepresidente nombrado en Angostura, Francisco Antonio Zea, que desde hacía mucho había meditado una empresa que «sorprenderá a todos porque nadie está preparado para oponérsele». A Santander le había ordenado días antes que concentrara «todas sus fuerzas en el punto más cómodo y favorable para entrar al interior» de la Nueva Granada. Envió a Páez a los valles de Cúcuta como táctica de distracción; pues siempre pensó sorprender al general José María Barreiro y sus 4500 hombres, penetrando al territorio realista por el lugar menos propicio. Con los 2100 hombres que llevó Bolívar y los 1300 que tenía Santander, se llevó a cabo el epopéyico tramonte de los Andes. Hombres todos de tierras calientes y bajas fueron impelidos a subir a páramos de cuatro mil metros de altura, por caminos inciertos y precipicios de espanto, llevando armas, cabalgaduras, vituallas y parque. Rápidos combates en Pisba, Gámeza y el Pantano de Vargas pusieron a los españoles a la defensiva, aunque los patriotas se vieron por momentos en serios peligros de perder la iniciativa. El 7 de agosto se dio la batalla del Puente de Boyacá que, siendo de menor importancia militar que la del Pantano de Vargas, tuvo mayor repercusión política, pues los restos del ejército español fueron derrotados y el propio Barreiro y su alta oficialidad cayeron prisioneros. A consecuencia de esta batalla de cuatro horas, el oriente de ' América meridional quedó liberado, incluyendo a Santafé, su capital.
Las bajas españolas fueron entre 400 muertos y heridos, además de la pérdida total de los pertrechos de guerra, gran parte de la caballería y 1600 prisioneros. Por si fuera poco, el virrey Juan Sámano, al enterarse del desastre, huyó de Santafé dejando intacto el tesoro real, calculado en un millón de pesos de oro. Morillo escribió al rey de España: «Bolívar en un solo día acaba con el fruto de cinco años de campaña y en una sola batalla reconquista lo que las tropas del Rey ganaron en muchos combates». Dejó Bolívar el mando de la Nueva Granada al general Santander, y sin pérdida de tiempo tornó a Venezuela. En Angostura, a propuesta suya, el Congreso expidió la Ley Fundamental de la República de Colombia (diciembre 17 de 1819). Aunque por corto tiempo, el ideal integrador de una gran nación americana inició así su hermosa realidad.